Migraciones y desplazamientos en América Latina 1880 - 1915

En el invierno de 1998, durante un congreso académico en la Universidad Católica de Chile, Beatriz Colombi presentó un trabajo sobre José Martí, el viaje y la traducción, que creí inmediatamente distinto. Su voz crítica estaba hecha en el entusiasmo y la mesura, en la intimidad de las ideas y la claridad de su registro. Lo extraordinario en ese trabajo que terminó siendo este libro, es la autoridad de una voz animada por los protocolos del diálogo. Por eso, este libro es parte de la geotextualidad de la lectura actual: los textos se desplazan iluminados por la inteligencia compartida y favorable. Esa nueva escena de la crítica está exenta de la mera voluntad de verdad pero tampoco requiere disputar los códigos del uso: busca la claridad de las coincidencias, devolver la palabra, rehacer las fronteras. De allí que este Viaje intelectual sea un mapa de la lectura misma: un territorio de los textos interpolados, fluidos y en tránsito. Martí y Sarmiento se reencuentran en la página que cruzan, entre esperanzas y desesperanzas norteamericanas, mientras que Groussac, de vuelta de todas partes, prefiere evitar el asombro y visita las cataratas del Niágara de noche. La otra frontera es atlántica, la España abrevada en fuga por Fray Servando, traducida del francés por Sarmiento, y salvada de sí misma por Rubén Darío, cuya prosa consagra el mirador del paquebote, el calidoscopio por donde Alfonso Reyes descubre, con Borges, que el origen es una cita literaria. Cada escritor inscribe en este libro la parte de tramo que le ha tocado en el trayecto mayor de una literatura que se desplaza fuera de modelos y fronteras, abierta por los discursos del camino, entre crónicas de viaje y biografías de viajeros. Y aunque Julio Cortázar observó que los latinoamericanos de viaje se alojan cerca de los museos, suelen también desplazar los monumentos del origen, tal como Horacio Quiroga, que prefería la bicicleta al Louvre. Concluye el recorrido con el ubicuo Enrique Gómez Carrillo, tan vanidoso que competía con Darío, cuya crónica de viajeros ya no requiere del viaje, sólo de su parodia exotista. Allí, a las puertas del turismo y la prensa del olvido, termina esta constelación latinoamericana. Sus interrogaciones son un descentramiento crítico a nombre de la formación viajera más nuestra, aquella capaz de poner a prueba, en una duda comparativa, las normas y los códigos### esto es, la sociabilidad de lo moderno, el turno y el relevo. Esa epistemología del viaje nos deja con una guía de viajeros cuya pregunta por Nuestras Américas es, al final, una apuesta por nosotros mismos. Leer el viaje es recomenzar desde ese horizonte. Por eso, en este libro fundamental, que confirma la creatividad de la nueva crítica latinoamericana, el viaje es el género de la promesa. Julio Ortega

 
 

Viaje intelectual - Beatriz Colombi

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Migraciones y desplazamientos en América Latina 1880 - 1915

En el invierno de 1998, durante un congreso académico en la Universidad Católica de Chile, Beatriz Colombi presentó un trabajo sobre José Martí, el viaje y la traducción, que creí inmediatamente distinto. Su voz crítica estaba hecha en el entusiasmo y la mesura, en la intimidad de las ideas y la claridad de su registro. Lo extraordinario en ese trabajo que terminó siendo este libro, es la autoridad de una voz animada por los protocolos del diálogo. Por eso, este libro es parte de la geotextualidad de la lectura actual: los textos se desplazan iluminados por la inteligencia compartida y favorable. Esa nueva escena de la crítica está exenta de la mera voluntad de verdad pero tampoco requiere disputar los códigos del uso: busca la claridad de las coincidencias, devolver la palabra, rehacer las fronteras. De allí que este Viaje intelectual sea un mapa de la lectura misma: un territorio de los textos interpolados, fluidos y en tránsito. Martí y Sarmiento se reencuentran en la página que cruzan, entre esperanzas y desesperanzas norteamericanas, mientras que Groussac, de vuelta de todas partes, prefiere evitar el asombro y visita las cataratas del Niágara de noche. La otra frontera es atlántica, la España abrevada en fuga por Fray Servando, traducida del francés por Sarmiento, y salvada de sí misma por Rubén Darío, cuya prosa consagra el mirador del paquebote, el calidoscopio por donde Alfonso Reyes descubre, con Borges, que el origen es una cita literaria. Cada escritor inscribe en este libro la parte de tramo que le ha tocado en el trayecto mayor de una literatura que se desplaza fuera de modelos y fronteras, abierta por los discursos del camino, entre crónicas de viaje y biografías de viajeros. Y aunque Julio Cortázar observó que los latinoamericanos de viaje se alojan cerca de los museos, suelen también desplazar los monumentos del origen, tal como Horacio Quiroga, que prefería la bicicleta al Louvre. Concluye el recorrido con el ubicuo Enrique Gómez Carrillo, tan vanidoso que competía con Darío, cuya crónica de viajeros ya no requiere del viaje, sólo de su parodia exotista. Allí, a las puertas del turismo y la prensa del olvido, termina esta constelación latinoamericana. Sus interrogaciones son un descentramiento crítico a nombre de la formación viajera más nuestra, aquella capaz de poner a prueba, en una duda comparativa, las normas y los códigos### esto es, la sociabilidad de lo moderno, el turno y el relevo. Esa epistemología del viaje nos deja con una guía de viajeros cuya pregunta por Nuestras Américas es, al final, una apuesta por nosotros mismos. Leer el viaje es recomenzar desde ese horizonte. Por eso, en este libro fundamental, que confirma la creatividad de la nueva crítica latinoamericana, el viaje es el género de la promesa. Julio Ortega