Pija, birra y faso. ¿Qué más se puede pedir para matar las horas chiclosas del conurbano bonaerense? El puto porteño se queda con la pija, la birra la cambia por un sex on the beach y al faso… no, gracias. El puto del conurbano, adaptado para moverse por las arenas movedizas regadas por los barones del poder, mueve sus cachas por las calles otrora de tierra, entre las paradas de colectivos donde siempre hay repositor de Coto, electricista o jugador de potrero dispuesto a entregar su testosterona por Boca. El putito ya lo sabe: el guacho hétero sólo se deja si tiene un vaso helado y espumoso en una mano, un faso de marihuana meada y prensada en la otra, y una porno hétero rolando en el televisor. Esa es la mejor vida, deseada tal vez por el putito diseñador de Olivos y por el estudiante de cine de Palermo: pasar las horas mientras le hace temblar las patas fibrosas a un guachito hermoso, perdedor del sistema, de mirada clara, masculina y sin dobles intenciones. Los putos como Ioshua saben cómo terminan esos encuentros: con un abrazo amigable y una pitada cómplice, amarguita y dulce, con los jadeos de fondo del televisor que sigue pasando conchas y tetas, imágenes redentoras del pecado que, paradójicamente, van a preparar el terreno para la infaltable segunda vuelta.

Pija birra faso - Ioshua

$10.500
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Pija birra faso - Ioshua $10.500

Pija, birra y faso. ¿Qué más se puede pedir para matar las horas chiclosas del conurbano bonaerense? El puto porteño se queda con la pija, la birra la cambia por un sex on the beach y al faso… no, gracias. El puto del conurbano, adaptado para moverse por las arenas movedizas regadas por los barones del poder, mueve sus cachas por las calles otrora de tierra, entre las paradas de colectivos donde siempre hay repositor de Coto, electricista o jugador de potrero dispuesto a entregar su testosterona por Boca. El putito ya lo sabe: el guacho hétero sólo se deja si tiene un vaso helado y espumoso en una mano, un faso de marihuana meada y prensada en la otra, y una porno hétero rolando en el televisor. Esa es la mejor vida, deseada tal vez por el putito diseñador de Olivos y por el estudiante de cine de Palermo: pasar las horas mientras le hace temblar las patas fibrosas a un guachito hermoso, perdedor del sistema, de mirada clara, masculina y sin dobles intenciones. Los putos como Ioshua saben cómo terminan esos encuentros: con un abrazo amigable y una pitada cómplice, amarguita y dulce, con los jadeos de fondo del televisor que sigue pasando conchas y tetas, imágenes redentoras del pecado que, paradójicamente, van a preparar el terreno para la infaltable segunda vuelta.