Este libro reúne autores que han empezado a publicar sus ficciones en el siglo XXI y sus imaginarios se construyen, no solo con lo que podríamos llamar la tradición argentina, sino también con múltiples usos del terror, la ciencia ficción y el fantástico que hace la cultura de masas. Es una generación que creció viendo las películas de George Romero o Tobe Hooper, que leyó con entusiasmo los cómics de Alan Moore, que se acercó a la literatura de Úrsula K. LeGuin o Margaret Atwood ya sin prejuicios.

Artefactos capaces de reunir los zombis de Romero, la prosa de LeGuin y las técnicas narrativas de Borges. Creo que ese tipo de interferencias son las que interesan a los autores y las autoras de esta antología.

En el caso de Yamila Bêgné tenemos un cuento que reúne a tres hombres que han soñado, la misma noche, con el tren antes de que el tren se inventara. Los personajes se reúnen a comparar sus visiones y tratar así de comprender lo que vislumbraron. Cajas de humo propone un mundo onírico y extraordinario que está escrito con una precisión asombrosa.

El cuento Voy a necesitar que me lo expliquen desde el principio de Kike Ferrari plantea una ciudad hecha de muchas ciudades, donde el tiempo está roto (the time is out of joint) y los eventos se desarticulan sin que nadie logre rencausarlos. Ferrari es uno de los autores que escribe, tal vez, con mayor cercanía programática al New Weird original y donde pueden leerse ecos nítidos de la literatura de China Mieville.

Claudia Aboaf construye uno de los paisajes experimentales más inquietantes de la antología en El manual del ángulo de la Bolsa azul. Un mecánico naval en una isla abandonada de Japón emprende un exilio solitario y melancólico que hace pensar en algunas ficciones del Ballard de Playa terminal. El pasado nuclear confluye con una memoria familiar en una Buenos Aires muy distante, y el presente parece desintegrado.

En Osobuco, Ever Román imagina un escenario postapocalíptico en la ciudad de Asunción. Las calles desoladas, los comercios saqueados y el intento terco, caprichoso, de la gente de continuar con su vida de siempre. Un narrador que es capaz de contar las pequeñas proezas domésticas del protagonista y, al mismo tiempo, reflexionar sobre las similitudes entre los esquemas narrativos de la ciencia ficción y la telenovela.

La apuesta de Laura Ponce es donde, tal vez, se escucha más clara la influencia de la ciencia ficción. Su relato El prisionero propone un escenario de futuridad distópica, un nuevo orden social totalitario y en esa realidad, la mutación de la especie como única puerta de escape de la pesadilla. Por momentos cercano a “El fin de la infancia” de Arthur Clarke y por momentos cercano a “1984” de George Orwell, el relato indaga en la relación primordial entre memoria e identidad.

Ricardo Romero se incluye en esta antología con un fragmento de su novela Big Rip de próxima aparición. En el centro de esta historia está la relación del protagonista con su drone, un artefacto que lo sigue a dónde vaya y le permite una nueva percepción del mundo. Es la historia de un ciborg, de un cuerpo que se transforma auxiliado por un dispositivo, y es también el extrañamiento profundo de la realidad que produce la tecnología. Una percepción alucinada que mira al mundo por primera vez.

En Mi pez, Dolores Reyes propone un relato del río, del Delta, que reúne a una familia con tres hermanos pequeños, que pasan los días pescando, ignorados por sus padres pero, al mismo tiempo, unidos entre ellos por hilos inexplicables. Reyes trabaja con la soledad profunda de los niños que crecen entre niños. Una historia construida con materiales ambiguos y donde lo no dicho se expande como una mancha en la superficie del agua.

El relato que propone Marcelo Carnero se llama Huesos y tiene como escenario principal esos enormes laberintos que son los hospitales públicos. En ese territorio el protagonista encuentra una serie de presencias que lo ponen en contacto con otras causalidades, con otras formas de entender el tiempo y el espacio. Un cuento con sensibilidad espeluznante que no busca la comprensión sino el extrañamiento.

Marina Yuszczuk escribe en Alemania una escena cotidiana, la visita de la narradora a una vecina anciana, y logra exasperar lo real de tal modo que el lector termina por perder la referencia de lo que sucede. ¿Es posible la telepatía? ¿Se puede escuchar el pensamiento? El clima de incertidumbre que genera cualquier casa desconocida cuando se hace de noche y nadie enciende la luz.

La arquitectura de El fantasma y la oscuridad de Leo Oyola nos ubica en los ingenios azucareros del norte argentino, en los años de la dictadura, cuando la realidad misma parecía imitar las películas de terror más espantosas. Un personaje perseguido, acosado, que intenta escapar. Y la advertencia de sus amigos de que tenga cuidado porque en el camino se puede encontrar con el Familiar. Un relato de asfixia donde el monstruo –fantástico o histórico- acecha a cada paso.

La antología cierra con El niño de barro de Betina González. Un relato de belleza triste, donde alguien, el narrador, construye pequeñas criaturas que lo ayudan a conocer el mundo. Una miniatura donde se pueden escuchar los ecos lejanos de “El Golem” de Gustav Meyrink y que permite indagar en el lado oscuro del amor y la fe.

 

Paisajes experimentales - Antología - Juan Mattio

$10.000
Paisajes experimentales - Antología - Juan Mattio $10.000

Este libro reúne autores que han empezado a publicar sus ficciones en el siglo XXI y sus imaginarios se construyen, no solo con lo que podríamos llamar la tradición argentina, sino también con múltiples usos del terror, la ciencia ficción y el fantástico que hace la cultura de masas. Es una generación que creció viendo las películas de George Romero o Tobe Hooper, que leyó con entusiasmo los cómics de Alan Moore, que se acercó a la literatura de Úrsula K. LeGuin o Margaret Atwood ya sin prejuicios.

Artefactos capaces de reunir los zombis de Romero, la prosa de LeGuin y las técnicas narrativas de Borges. Creo que ese tipo de interferencias son las que interesan a los autores y las autoras de esta antología.

En el caso de Yamila Bêgné tenemos un cuento que reúne a tres hombres que han soñado, la misma noche, con el tren antes de que el tren se inventara. Los personajes se reúnen a comparar sus visiones y tratar así de comprender lo que vislumbraron. Cajas de humo propone un mundo onírico y extraordinario que está escrito con una precisión asombrosa.

El cuento Voy a necesitar que me lo expliquen desde el principio de Kike Ferrari plantea una ciudad hecha de muchas ciudades, donde el tiempo está roto (the time is out of joint) y los eventos se desarticulan sin que nadie logre rencausarlos. Ferrari es uno de los autores que escribe, tal vez, con mayor cercanía programática al New Weird original y donde pueden leerse ecos nítidos de la literatura de China Mieville.

Claudia Aboaf construye uno de los paisajes experimentales más inquietantes de la antología en El manual del ángulo de la Bolsa azul. Un mecánico naval en una isla abandonada de Japón emprende un exilio solitario y melancólico que hace pensar en algunas ficciones del Ballard de Playa terminal. El pasado nuclear confluye con una memoria familiar en una Buenos Aires muy distante, y el presente parece desintegrado.

En Osobuco, Ever Román imagina un escenario postapocalíptico en la ciudad de Asunción. Las calles desoladas, los comercios saqueados y el intento terco, caprichoso, de la gente de continuar con su vida de siempre. Un narrador que es capaz de contar las pequeñas proezas domésticas del protagonista y, al mismo tiempo, reflexionar sobre las similitudes entre los esquemas narrativos de la ciencia ficción y la telenovela.

La apuesta de Laura Ponce es donde, tal vez, se escucha más clara la influencia de la ciencia ficción. Su relato El prisionero propone un escenario de futuridad distópica, un nuevo orden social totalitario y en esa realidad, la mutación de la especie como única puerta de escape de la pesadilla. Por momentos cercano a “El fin de la infancia” de Arthur Clarke y por momentos cercano a “1984” de George Orwell, el relato indaga en la relación primordial entre memoria e identidad.

Ricardo Romero se incluye en esta antología con un fragmento de su novela Big Rip de próxima aparición. En el centro de esta historia está la relación del protagonista con su drone, un artefacto que lo sigue a dónde vaya y le permite una nueva percepción del mundo. Es la historia de un ciborg, de un cuerpo que se transforma auxiliado por un dispositivo, y es también el extrañamiento profundo de la realidad que produce la tecnología. Una percepción alucinada que mira al mundo por primera vez.

En Mi pez, Dolores Reyes propone un relato del río, del Delta, que reúne a una familia con tres hermanos pequeños, que pasan los días pescando, ignorados por sus padres pero, al mismo tiempo, unidos entre ellos por hilos inexplicables. Reyes trabaja con la soledad profunda de los niños que crecen entre niños. Una historia construida con materiales ambiguos y donde lo no dicho se expande como una mancha en la superficie del agua.

El relato que propone Marcelo Carnero se llama Huesos y tiene como escenario principal esos enormes laberintos que son los hospitales públicos. En ese territorio el protagonista encuentra una serie de presencias que lo ponen en contacto con otras causalidades, con otras formas de entender el tiempo y el espacio. Un cuento con sensibilidad espeluznante que no busca la comprensión sino el extrañamiento.

Marina Yuszczuk escribe en Alemania una escena cotidiana, la visita de la narradora a una vecina anciana, y logra exasperar lo real de tal modo que el lector termina por perder la referencia de lo que sucede. ¿Es posible la telepatía? ¿Se puede escuchar el pensamiento? El clima de incertidumbre que genera cualquier casa desconocida cuando se hace de noche y nadie enciende la luz.

La arquitectura de El fantasma y la oscuridad de Leo Oyola nos ubica en los ingenios azucareros del norte argentino, en los años de la dictadura, cuando la realidad misma parecía imitar las películas de terror más espantosas. Un personaje perseguido, acosado, que intenta escapar. Y la advertencia de sus amigos de que tenga cuidado porque en el camino se puede encontrar con el Familiar. Un relato de asfixia donde el monstruo –fantástico o histórico- acecha a cada paso.

La antología cierra con El niño de barro de Betina González. Un relato de belleza triste, donde alguien, el narrador, construye pequeñas criaturas que lo ayudan a conocer el mundo. Una miniatura donde se pueden escuchar los ecos lejanos de “El Golem” de Gustav Meyrink y que permite indagar en el lado oscuro del amor y la fe.