Namura es la primera novela de la escritora y fotógrafa Guadalupe Faraj, se editó por primera vez en 2012 en España, cuando ganó el premio Novela Corta Pola de Siero. En diciembre de 2018 fue publicada en la Argentina por editorial Indómita Luz. La historia está narrada por Amanda, que con una voz infantil y adolescente en el pasado y adulta en el presente, cuenta la historia de su familia, con sus abuelos inmigrantes sirios, sus padres separados, una madre ausente, sus hermanos, su tío y una amiga entrañable.


En el título del libro está una de las búsquedas, la de aferrarse a esos momentos de felicidad a veces tan efímeros. Namura era el postre tradicional que la abuela Salime les enseñó a hacer a Amanda y a su hermana Elena, el preferido del abuelo Moisés. “Almíbar caliente, sémola, leche, manteca y almendras. Pero almendras de Damasco”, era la receta. La abuela contaba que en su tierra, donde se vendía namura había una canilla y un vaso público, y que “cuando alguien comía namura, quedaba tan feliz y, a la vez tan empalagado, que corría al vaso del que medio pueblo había tomado”. Con el aprendizaje de los secretos de ese postre, Amanda pudo encontrar sosiego en el momento en que su abuelo cayó en una profunda depresión. También con su namura Amanda se ganó el cariño del turco Fares, que se transformó en un fiel cliente cuando ella preparaba comidas por encargue.
Faraj manifiesta que su intención es que el lector o la lectora cuando se acerquen a la novela, puedan sentir que eso tiene que ver con su propia biografía, que al leerlo digan “esto me suena o me resuena en algo de mi vida, de mi historia”. Consultada por lo autobiográfico la escritora dice que no lo piensa desde lo personal sino desde el texto: “Para mí es cuando la escritura se acerca al tono y el lenguaje que necesito para decir lo que quiero decir, ahí estoy más cerca de la voz propia, es lo que más me interesa”. También recuerda que antes de la escritura de la novela le había hecho una entrevista a una familia siria conocida de una amiga: “Como escribí la novela hace seis años me había olvidado de eso y me pareció interesante ese olvido, porque así también se va construyendo una ficción, vos tomás y dejás y vas usando lo que te parece o lo que podés de esa experiencia. La ficción también se construye a partir de esos olvidos, un poco como la memoria”.
Namura tiene una escritura poética y como tal, compuesta por fragmentos. “Tal vez esta forma fragmentaria tenga que ver con la forma de la memoria, que es susceptible de ser modificada, que se resignifica todo el tiempo, que nunca está quieta. Si querés podés volver a recuerdos que parecen enquistados, inamovibles, y de repente eso se puede modificar, una lo puede reversionar todo el tiempo y entonces nuestro presente puede cambiar. Y ahí entran la memoria, los sueños, los recuerdos, el deseo, la angustia y el miedo”, reflexiona Guadalupe.
La novela también contiene numerosos flashbacks y capítulos con oraciones cortas. La escritora vincula esos rasgos con su otro oficio que es la fotografía: “Me gusta pensar en imágenes y eso lo relaciono también con la memoria. Creo que las imágenes están compuestas por muchas capas, por sueños, deseos, recuerdos. También relaciono esas imágenes con la memoria, cómo se construyen y deconstruyen, cómo van variando en el tiempo, a medida que nosotros vamos resignificando hechos que nos pasaron. Para mí la fotografía trabaja con la memoria porque trabaja con las imágenes, de hecho cuando sacamos una foto estamos haciendo cierto recorte”.
En dos de los capítulos cobran más fuerza las imágenes y la nostalgia. Uno es en el que Amanda después de ocho años, entra a la casa de su amiga Selma y se reencuentra con las fotos familiares: “Éramos nosotros en otro tiempo, un poco más contentos o más optimistas". El otro capítulo transcurre en el cementerio, donde se describe una foto de toda la familia que está en la tumba de la madre. Faraj hace un juego de cajas chinas al referirse a estos momentos de la novela: “La memoria está compuesta por varias capas, tal vez como esos capítulos donde aparecen fotografías, pero son fotografías narradas, no las vemos con los ojos. A su vez esas fotografías están adentro de una imagen también narrada, la del cementerio, la de la casa de Selma. Y eso será una imagen distinta en cada lector. Y lo fue en mí cuando escribía”.

Namura - Guadalupe Faraj

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Namura es la primera novela de la escritora y fotógrafa Guadalupe Faraj, se editó por primera vez en 2012 en España, cuando ganó el premio Novela Corta Pola de Siero. En diciembre de 2018 fue publicada en la Argentina por editorial Indómita Luz. La historia está narrada por Amanda, que con una voz infantil y adolescente en el pasado y adulta en el presente, cuenta la historia de su familia, con sus abuelos inmigrantes sirios, sus padres separados, una madre ausente, sus hermanos, su tío y una amiga entrañable.


En el título del libro está una de las búsquedas, la de aferrarse a esos momentos de felicidad a veces tan efímeros. Namura era el postre tradicional que la abuela Salime les enseñó a hacer a Amanda y a su hermana Elena, el preferido del abuelo Moisés. “Almíbar caliente, sémola, leche, manteca y almendras. Pero almendras de Damasco”, era la receta. La abuela contaba que en su tierra, donde se vendía namura había una canilla y un vaso público, y que “cuando alguien comía namura, quedaba tan feliz y, a la vez tan empalagado, que corría al vaso del que medio pueblo había tomado”. Con el aprendizaje de los secretos de ese postre, Amanda pudo encontrar sosiego en el momento en que su abuelo cayó en una profunda depresión. También con su namura Amanda se ganó el cariño del turco Fares, que se transformó en un fiel cliente cuando ella preparaba comidas por encargue.
Faraj manifiesta que su intención es que el lector o la lectora cuando se acerquen a la novela, puedan sentir que eso tiene que ver con su propia biografía, que al leerlo digan “esto me suena o me resuena en algo de mi vida, de mi historia”. Consultada por lo autobiográfico la escritora dice que no lo piensa desde lo personal sino desde el texto: “Para mí es cuando la escritura se acerca al tono y el lenguaje que necesito para decir lo que quiero decir, ahí estoy más cerca de la voz propia, es lo que más me interesa”. También recuerda que antes de la escritura de la novela le había hecho una entrevista a una familia siria conocida de una amiga: “Como escribí la novela hace seis años me había olvidado de eso y me pareció interesante ese olvido, porque así también se va construyendo una ficción, vos tomás y dejás y vas usando lo que te parece o lo que podés de esa experiencia. La ficción también se construye a partir de esos olvidos, un poco como la memoria”.
Namura tiene una escritura poética y como tal, compuesta por fragmentos. “Tal vez esta forma fragmentaria tenga que ver con la forma de la memoria, que es susceptible de ser modificada, que se resignifica todo el tiempo, que nunca está quieta. Si querés podés volver a recuerdos que parecen enquistados, inamovibles, y de repente eso se puede modificar, una lo puede reversionar todo el tiempo y entonces nuestro presente puede cambiar. Y ahí entran la memoria, los sueños, los recuerdos, el deseo, la angustia y el miedo”, reflexiona Guadalupe.
La novela también contiene numerosos flashbacks y capítulos con oraciones cortas. La escritora vincula esos rasgos con su otro oficio que es la fotografía: “Me gusta pensar en imágenes y eso lo relaciono también con la memoria. Creo que las imágenes están compuestas por muchas capas, por sueños, deseos, recuerdos. También relaciono esas imágenes con la memoria, cómo se construyen y deconstruyen, cómo van variando en el tiempo, a medida que nosotros vamos resignificando hechos que nos pasaron. Para mí la fotografía trabaja con la memoria porque trabaja con las imágenes, de hecho cuando sacamos una foto estamos haciendo cierto recorte”.
En dos de los capítulos cobran más fuerza las imágenes y la nostalgia. Uno es en el que Amanda después de ocho años, entra a la casa de su amiga Selma y se reencuentra con las fotos familiares: “Éramos nosotros en otro tiempo, un poco más contentos o más optimistas". El otro capítulo transcurre en el cementerio, donde se describe una foto de toda la familia que está en la tumba de la madre. Faraj hace un juego de cajas chinas al referirse a estos momentos de la novela: “La memoria está compuesta por varias capas, tal vez como esos capítulos donde aparecen fotografías, pero son fotografías narradas, no las vemos con los ojos. A su vez esas fotografías están adentro de una imagen también narrada, la del cementerio, la de la casa de Selma. Y eso será una imagen distinta en cada lector. Y lo fue en mí cuando escribía”.