Nunca devenir presa. Siempre manada. La precisión de los versos de Aye Pín en este extenso poema es uno de los hallazgos de la poesía de su generación. Aye trabaja el verso corto y contundente, es precisa como una cirujana que usa un bisturí de palabras para un órgano que nunca es el mismo: la lengua. También es valiente como una aventurera que se interna en la selva. ¿Cuál selva? La de la lengua que recreamos en manada, la del amor que se nos escapa por desbordadas, la del temor como energía que activa. Los poemas se van planteando en ataque, rodeándonos, oliéndonos, en avance y retroceso, y por momentos la poesía logra lo que la tecnología aún no pudo: estamos solas en el medio de una selva o un bosque oscuro, sólo sentimos el murmullo de nuestra manada a la que ya mismo debemos unirnos y no hallamos. Entonces, cerramos los ojos, agudizamos el oído, activamos nuestras garras y nos lanzamos entre los árboles o las ramas a encontrarnos. Después de abrir los ojos, estaremos entre amigas, pensando que tal vez nos falte un poema para narrar la totalidad de la experiencia. Y de hecho nos falta, porque para eso corremos en manada: para buscar. Se abre una puerta, la selva.

Gabriela Borrelli Azara

 

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Las Manadas - Aye Pín

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Nunca devenir presa. Siempre manada. La precisión de los versos de Aye Pín en este extenso poema es uno de los hallazgos de la poesía de su generación. Aye trabaja el verso corto y contundente, es precisa como una cirujana que usa un bisturí de palabras para un órgano que nunca es el mismo: la lengua. También es valiente como una aventurera que se interna en la selva. ¿Cuál selva? La de la lengua que recreamos en manada, la del amor que se nos escapa por desbordadas, la del temor como energía que activa. Los poemas se van planteando en ataque, rodeándonos, oliéndonos, en avance y retroceso, y por momentos la poesía logra lo que la tecnología aún no pudo: estamos solas en el medio de una selva o un bosque oscuro, sólo sentimos el murmullo de nuestra manada a la que ya mismo debemos unirnos y no hallamos. Entonces, cerramos los ojos, agudizamos el oído, activamos nuestras garras y nos lanzamos entre los árboles o las ramas a encontrarnos. Después de abrir los ojos, estaremos entre amigas, pensando que tal vez nos falte un poema para narrar la totalidad de la experiencia. Y de hecho nos falta, porque para eso corremos en manada: para buscar. Se abre una puerta, la selva.

Gabriela Borrelli Azara

 

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