Alberto Laiseca decía que había que leer mucho más de lo que cada uno llegara a escribir. Que mientras estuviéramos conectados con la lectura lo otro ya iba a venir. Que era algo inevitable. Rodrigo lo expone bien en estas páginas al mostrarnos su ansiedad lectora. Y, también, el camino que se inicia una vez que se decide compartir lo que uno hace. La importancia de los talleres, de quienes los dictan y, sobre todo, lo que ha quedado históricamente invisibilizado: las compañeras y los compañeros de taller, de su rol. Del compromiso tanto con los textos propios como con los del resto del grupo. Y del equilibrio justo entre el aliento y la competencia. Divinas metáforas futboleras propias de un país del que surgió un D10s y hasta un Messías. La literatura de saldos como formación. La música ahí, todo el tiempo. La educación sentimental de quienes nos criamos en el Oeste. Y esa universalidad. Más la sabiduría propia del diablo por aquello de saber más por viejo que por diablo. Porque si cruzamos el medio siglo de vida algo, por lo menos, seguro que aprendimos. De ese peregrinar y de los años de continuidad en un espacio nos habla Rodrigo Manigot en este libro, con esa honestidad bestial que caracteriza su escritura, sus canciones, su trabajo. Leo Oyola, del prólogo

Las cosas que empecé de grande - Rodrigo Manigot

$22.500
Las cosas que empecé de grande - Rodrigo Manigot $22.500

Alberto Laiseca decía que había que leer mucho más de lo que cada uno llegara a escribir. Que mientras estuviéramos conectados con la lectura lo otro ya iba a venir. Que era algo inevitable. Rodrigo lo expone bien en estas páginas al mostrarnos su ansiedad lectora. Y, también, el camino que se inicia una vez que se decide compartir lo que uno hace. La importancia de los talleres, de quienes los dictan y, sobre todo, lo que ha quedado históricamente invisibilizado: las compañeras y los compañeros de taller, de su rol. Del compromiso tanto con los textos propios como con los del resto del grupo. Y del equilibrio justo entre el aliento y la competencia. Divinas metáforas futboleras propias de un país del que surgió un D10s y hasta un Messías. La literatura de saldos como formación. La música ahí, todo el tiempo. La educación sentimental de quienes nos criamos en el Oeste. Y esa universalidad. Más la sabiduría propia del diablo por aquello de saber más por viejo que por diablo. Porque si cruzamos el medio siglo de vida algo, por lo menos, seguro que aprendimos. De ese peregrinar y de los años de continuidad en un espacio nos habla Rodrigo Manigot en este libro, con esa honestidad bestial que caracteriza su escritura, sus canciones, su trabajo. Leo Oyola, del prólogo