Tarde o temprano, como pensaba Borges, los poemas devienen elegías. Pero las elegías propiamente dichas son poemas que aceptan, de entrada, el paso del tiempo y el repaso de la memoria ante la muerte y la ausencia. Ni qué decir de las elegías a los padres: parten de una doble orfandad, la de su figura y la de su lenguaje; en ellas se canta simultáneamente una misa de difuntos y un réquiem para sus palabras. Bien mirado, el poema no es la resurrección de la carne sino la insurrección de su voz.

Gustavo Solórzano-Alfaro (Costa Rica, 1975) ha escrito una estremecedora elegía a Yolanda, su madre, a quien confiesa que los poemas son “los frutos / de aquella vida que te fue negada”. Frutos que, por su desnudez y concentración, parecen huesos o semillas; obras de una falta entendida como carencia, imputación y, en la más elocuente de sus acepciones, como culpa.

“Señor, he aquí el cuerpo de mi madre. / ¿Qué más debo entregarte?”, pregunta Solórzano-Alfaro. La respuesta inmediata —la elección que implica toda elegía— es este volumen: una ofrenda verbal ahí donde atestiguáramos un silencioso holocausto, el cuerpo presente de un lenguaje que creíamos extinto.» (Hernán Bravo Varela, poeta, ensayista y traductor).

La culpa - Gustavo Solórzano-Alfaro

$17.000
La culpa - Gustavo Solórzano-Alfaro $17.000

Tarde o temprano, como pensaba Borges, los poemas devienen elegías. Pero las elegías propiamente dichas son poemas que aceptan, de entrada, el paso del tiempo y el repaso de la memoria ante la muerte y la ausencia. Ni qué decir de las elegías a los padres: parten de una doble orfandad, la de su figura y la de su lenguaje; en ellas se canta simultáneamente una misa de difuntos y un réquiem para sus palabras. Bien mirado, el poema no es la resurrección de la carne sino la insurrección de su voz.

Gustavo Solórzano-Alfaro (Costa Rica, 1975) ha escrito una estremecedora elegía a Yolanda, su madre, a quien confiesa que los poemas son “los frutos / de aquella vida que te fue negada”. Frutos que, por su desnudez y concentración, parecen huesos o semillas; obras de una falta entendida como carencia, imputación y, en la más elocuente de sus acepciones, como culpa.

“Señor, he aquí el cuerpo de mi madre. / ¿Qué más debo entregarte?”, pregunta Solórzano-Alfaro. La respuesta inmediata —la elección que implica toda elegía— es este volumen: una ofrenda verbal ahí donde atestiguáramos un silencioso holocausto, el cuerpo presente de un lenguaje que creíamos extinto.» (Hernán Bravo Varela, poeta, ensayista y traductor).