En una época el panadero estaba siempre, eternamente alegre: una alegría verdadera, que le brillaba en los ojos. Se paseaba por las calles y diciendo bromas. Su vitalidad era irresistible. Estaba vestido mucho más pobremente que hoy: sus pantalones estaban remendados, muchas veces la camiseta era una piltrafa. Pero todo ello formaba parte de un modelo que en su aldea tenía un valor, un sentido y él estaba orgulloso de ello. Al mundo de la riqueza podía oponer su propio mundo igualmente válido. Llegaba hasta la casa del rico con una sonrisa naturaliter anárquica, que desacreditaba todo: aunque fuese más bien respetuoso. Pero era precisamente el respeto de una persona profundamente singular. Y en resumen, lo que cuenta es que esta persona, este muchacho, era alegre. 

¿No es la felicidad lo que importa? ¿No es por la felicidad que se hace la revolución? La condición campesina o subproletaria sabía expresar, en las personas que la vivían, una cierta felicidad «real». Hoy, esta felicidad -con el Desarrollo- se ha perdido. Ello significa que el Desarrollo no es en ningún modo revolucionario, ni siquiera cuando es reformista. No provoca más que angustia. Hoy existen adultos de mi edad tan aberrantes como para pensar que es mejor la seriedad (casi trágica) con que ahora el panadero lleva su paquete envuelto en plástico, con cabellos largos y bigotes, que la alegría «tonta» de otros tiempos. Creen que preferir la seriedad a la risa es un modo viril de afrontar la vida. En realidad, son vampiros felices de ver convertidos en vampiros también a sus víctimas inocentes.

Escritos corsarios - Pier Paolo Pasolini

$15.000
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En una época el panadero estaba siempre, eternamente alegre: una alegría verdadera, que le brillaba en los ojos. Se paseaba por las calles y diciendo bromas. Su vitalidad era irresistible. Estaba vestido mucho más pobremente que hoy: sus pantalones estaban remendados, muchas veces la camiseta era una piltrafa. Pero todo ello formaba parte de un modelo que en su aldea tenía un valor, un sentido y él estaba orgulloso de ello. Al mundo de la riqueza podía oponer su propio mundo igualmente válido. Llegaba hasta la casa del rico con una sonrisa naturaliter anárquica, que desacreditaba todo: aunque fuese más bien respetuoso. Pero era precisamente el respeto de una persona profundamente singular. Y en resumen, lo que cuenta es que esta persona, este muchacho, era alegre. 

¿No es la felicidad lo que importa? ¿No es por la felicidad que se hace la revolución? La condición campesina o subproletaria sabía expresar, en las personas que la vivían, una cierta felicidad «real». Hoy, esta felicidad -con el Desarrollo- se ha perdido. Ello significa que el Desarrollo no es en ningún modo revolucionario, ni siquiera cuando es reformista. No provoca más que angustia. Hoy existen adultos de mi edad tan aberrantes como para pensar que es mejor la seriedad (casi trágica) con que ahora el panadero lleva su paquete envuelto en plástico, con cabellos largos y bigotes, que la alegría «tonta» de otros tiempos. Creen que preferir la seriedad a la risa es un modo viril de afrontar la vida. En realidad, son vampiros felices de ver convertidos en vampiros también a sus víctimas inocentes.