No hay nada más negro que el futuro que ya llegó. En la senda más irreverente y revulsiva del cyberpunk gibsoniano, esta novela de Gonzalo Santos pone en escena un mundo en el que la tecnología domina los cuerpos y sus devenires: la salud y la enfermedad son bytes negociables y el crimen no es un suceso sino un estado de cosas, un sustrato social en el que podemos reconocer paisajes paradojales, relaciones fragmentarias y experiencias vacuas. En esta Buenos Aires del mañana, ese mañana que vislumbramos a través de la lupa del insomnio, los cuerpos monitoreados son también, necesariamente, cuerpos paranoicos y esquizoides que no pueden asimilar la cantidad de información que reciben sobre sí mismos. Hasta que, consecuentemente, los cuerpos monitoreados dejan de ser cuerpos para ser información.
El juez Warschawsky, o mejor, la versión del juez Warschawsky que esta novela nos permite conocer, condensa el desencanto progresista, el hastío conservador, la perplejidad transversal y el furioso humor aristocrático que habita en las clases dominantes de una gran ciudad. Porque este juez, desde su confortable piso sobre avenida del Libertador, mientras deja que su café se enfríe una y otra vez y mira de reojo los rituales de la mujer joven, bella y extraña que es su esposa, deberá enfrentarse a un nuevo, zombístico y virtual orden de cosas en el que lo único que permanece igual a sí misma es la violencia.
"El lenguaje es un virus”, supo decir William Burroughs. En ese sentido, El juez y la nada es un truculento tratado de microbiología.

Ricardo Romero

El juez y la nada - Gonzalo Santos

$10.900
El juez y la nada - Gonzalo Santos $10.900

No hay nada más negro que el futuro que ya llegó. En la senda más irreverente y revulsiva del cyberpunk gibsoniano, esta novela de Gonzalo Santos pone en escena un mundo en el que la tecnología domina los cuerpos y sus devenires: la salud y la enfermedad son bytes negociables y el crimen no es un suceso sino un estado de cosas, un sustrato social en el que podemos reconocer paisajes paradojales, relaciones fragmentarias y experiencias vacuas. En esta Buenos Aires del mañana, ese mañana que vislumbramos a través de la lupa del insomnio, los cuerpos monitoreados son también, necesariamente, cuerpos paranoicos y esquizoides que no pueden asimilar la cantidad de información que reciben sobre sí mismos. Hasta que, consecuentemente, los cuerpos monitoreados dejan de ser cuerpos para ser información.
El juez Warschawsky, o mejor, la versión del juez Warschawsky que esta novela nos permite conocer, condensa el desencanto progresista, el hastío conservador, la perplejidad transversal y el furioso humor aristocrático que habita en las clases dominantes de una gran ciudad. Porque este juez, desde su confortable piso sobre avenida del Libertador, mientras deja que su café se enfríe una y otra vez y mira de reojo los rituales de la mujer joven, bella y extraña que es su esposa, deberá enfrentarse a un nuevo, zombístico y virtual orden de cosas en el que lo único que permanece igual a sí misma es la violencia.
"El lenguaje es un virus”, supo decir William Burroughs. En ese sentido, El juez y la nada es un truculento tratado de microbiología.

Ricardo Romero