El aire del mundo nos muestra un mundo y una época: una familia radiante que se está por derrumbar y todavía no lo sabe. Los relatos se entrelazan para contarnos el último verano antes de la mutilación, antes de la ida del padre. Villa Gesell y Castelar; los primeros amores y las peleas entre hermanos; la música y el fútbol. Todo atravesado por el dolor ante la enfermedad y la muerte del padre. Un libro, luminoso y desgarrador al mismo tiempo, que consolida a un narrador excepcional.

Si cierro los ojos y dejo que el perfume de El aire del mundo me llegue, siento ese aire fresco que entra por la ventana del auto, del bondi volviendo de la cancha, de la corrida por la arena hirviente para buscar la sombra. También los billetes hechos bollos en el bolsillo del amigo entrañable del padre o la súbita caída por Colón buscando el horizonte de trompa, en Mar del Plata. En esas risas adentro del auto, ese micromundo que replica todo pero en miniatura, se cose esta trama, una cartografía amorosa del barrio (que es Castelar y es tantos otros), de los amigos, de la familia que llega a la playa y arrasa la paz de los otros con sus ruidos y su metraje, invadiendo todo un espacio vital al cual llena de vida y drama, inminencia y vértigo, truco y pilas de ropa. Flor Monfort, del prólogo

El aire del mundo - Rodrigo Manigot

$17.650
El aire del mundo - Rodrigo Manigot $17.650

El aire del mundo nos muestra un mundo y una época: una familia radiante que se está por derrumbar y todavía no lo sabe. Los relatos se entrelazan para contarnos el último verano antes de la mutilación, antes de la ida del padre. Villa Gesell y Castelar; los primeros amores y las peleas entre hermanos; la música y el fútbol. Todo atravesado por el dolor ante la enfermedad y la muerte del padre. Un libro, luminoso y desgarrador al mismo tiempo, que consolida a un narrador excepcional.

Si cierro los ojos y dejo que el perfume de El aire del mundo me llegue, siento ese aire fresco que entra por la ventana del auto, del bondi volviendo de la cancha, de la corrida por la arena hirviente para buscar la sombra. También los billetes hechos bollos en el bolsillo del amigo entrañable del padre o la súbita caída por Colón buscando el horizonte de trompa, en Mar del Plata. En esas risas adentro del auto, ese micromundo que replica todo pero en miniatura, se cose esta trama, una cartografía amorosa del barrio (que es Castelar y es tantos otros), de los amigos, de la familia que llega a la playa y arrasa la paz de los otros con sus ruidos y su metraje, invadiendo todo un espacio vital al cual llena de vida y drama, inminencia y vértigo, truco y pilas de ropa. Flor Monfort, del prólogo