Cuando yo era poeta nos permite reconocer, una vez más, que el poema nunca es un instructivo ni un esquema abstracto al cual rellenar mediante sumisa aplicación. Hay una  añeja tradición de poemas que reflexionan sobre la propia labor. En ocasiones se los llama meta-poemas y, en otras, “artes poéticas”. Recuerdo el poema de Vicente Huidobro: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!, / Hacedla florecer en el poema”.  Bossi recrea esa tradición pero también la expande sin inscribirse en ninguna escuela literaria formal. Cada poema del libro es una poética que explora alguna noción, alguna superstición literaria e incluso alguna minucia técnica. No obstante, más que prudentes aplicaciones a seguir, estos poemas tramitan experiencias de escritura y de lectura como si fueran mapas o pequeños faros personales. No aparece la reflexión admonitoria del profesor omnímodo sino la pequeña luz que surge del propio poema concebido como experiencia verbal. Todo poema es un microcosmos que necesita del lector para ser completado. La poesía, no obstante, excede la institución literaria porque, ante todo, muy lejos de las prescripciones y las fórmulas, cada poeta es un aprendiz a la hora de escribir, tenga mucha o escasa trayectoria. Por eso la poesía es un perpetuo punto de partida. Cuando acontece, manifiesta su verdadera índole: la transfiguración (“La cuestión es que no hubo nada / que no viniera de ahí, o terminara / ahí, convertido en otra cosa”).

Cuando yo era poeta - Osvaldo Bossi

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Cuando yo era poeta nos permite reconocer, una vez más, que el poema nunca es un instructivo ni un esquema abstracto al cual rellenar mediante sumisa aplicación. Hay una  añeja tradición de poemas que reflexionan sobre la propia labor. En ocasiones se los llama meta-poemas y, en otras, “artes poéticas”. Recuerdo el poema de Vicente Huidobro: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!, / Hacedla florecer en el poema”.  Bossi recrea esa tradición pero también la expande sin inscribirse en ninguna escuela literaria formal. Cada poema del libro es una poética que explora alguna noción, alguna superstición literaria e incluso alguna minucia técnica. No obstante, más que prudentes aplicaciones a seguir, estos poemas tramitan experiencias de escritura y de lectura como si fueran mapas o pequeños faros personales. No aparece la reflexión admonitoria del profesor omnímodo sino la pequeña luz que surge del propio poema concebido como experiencia verbal. Todo poema es un microcosmos que necesita del lector para ser completado. La poesía, no obstante, excede la institución literaria porque, ante todo, muy lejos de las prescripciones y las fórmulas, cada poeta es un aprendiz a la hora de escribir, tenga mucha o escasa trayectoria. Por eso la poesía es un perpetuo punto de partida. Cuando acontece, manifiesta su verdadera índole: la transfiguración (“La cuestión es que no hubo nada / que no viniera de ahí, o terminara / ahí, convertido en otra cosa”).