En julio de 1976 un puñado de periodistas asistió a una conferencia de prensa clandestina de la organización Montoneros. Allí se encontraron con una de las personas más buscadas de la Argentina: Ana María González, autora del atentado que, el 18 de junio de 1976, costó la vida del jefe de la Policía Federal Argentina, el general Cesáreo Cardozo, figura en ascenso dentro de la Junta que gobernaba el país tras el Golpe de Estado del 24 de marzo y uno de los planificadores de la represión mediante el terrorismo de Estado.

Para cumplir su misión , Ana María, compañera de estudios del a hija del militar, la tarde del 17 de junio, con la excusa de hablar por teléfono, había entrado a la habitación matrimonial de Cardozo y colocado una bomba bajo la cama. Enseguida dijo que se sentía mal y se tenía que ir. Fue la última vez que la vieron.

Ana pasó inmediatamente a la clandestinidad y fue un trofeo tan protegido por la organización como buscado por la dictadura. En un país que vivía bajo el terror represivo, y mientras los compañeros de Ana María eran diezmados, ella permaneció en la clandestinidad hasta que una noticia de febrero de 1977 informó que había muerto en un tiroteó de San Justo, provincia de Buenos Aires, en enero de ese año. Su corta e intensa vida sintetiza como pocas los dramas de una época sobre la que la sociedad argentina vuelve una y otra vez.

Uno de los peores sacrificios - Federico Lorenz

$21.900
Uno de los peores sacrificios - Federico Lorenz $21.900

En julio de 1976 un puñado de periodistas asistió a una conferencia de prensa clandestina de la organización Montoneros. Allí se encontraron con una de las personas más buscadas de la Argentina: Ana María González, autora del atentado que, el 18 de junio de 1976, costó la vida del jefe de la Policía Federal Argentina, el general Cesáreo Cardozo, figura en ascenso dentro de la Junta que gobernaba el país tras el Golpe de Estado del 24 de marzo y uno de los planificadores de la represión mediante el terrorismo de Estado.

Para cumplir su misión , Ana María, compañera de estudios del a hija del militar, la tarde del 17 de junio, con la excusa de hablar por teléfono, había entrado a la habitación matrimonial de Cardozo y colocado una bomba bajo la cama. Enseguida dijo que se sentía mal y se tenía que ir. Fue la última vez que la vieron.

Ana pasó inmediatamente a la clandestinidad y fue un trofeo tan protegido por la organización como buscado por la dictadura. En un país que vivía bajo el terror represivo, y mientras los compañeros de Ana María eran diezmados, ella permaneció en la clandestinidad hasta que una noticia de febrero de 1977 informó que había muerto en un tiroteó de San Justo, provincia de Buenos Aires, en enero de ese año. Su corta e intensa vida sintetiza como pocas los dramas de una época sobre la que la sociedad argentina vuelve una y otra vez.