Nicolás Moguilevsky tiene la libertad de expresarse como hace tiempo que no se ve por estas tierras. Una escritura a mano, con tachaduras, que fluye en un continuo imparable que vuelve furiosamente a las bases de la asociación libre y de lo mejor de la escritura automática. Pensamientos aparentemente inconexos fluyen sin parar donde cuestiones cotidianas, cuentas, afirmaciones cuasi filosóficas, relatos breves y frases del sentido común construyen un sentido de libertad sin fin. Y ese volver, no es simplemente un volver, sino que la escritura manuscrita se junta con unos dibujos que no ilustran, sino que son parte de la libertad creadora y del sentido que se construye en este libro de la editorial Palabras Amarillas. Dibujos que le deben mucho al Art Brut, y al collage, y que por momentos se aferran más a un sentido (caricaturas, un bodegón, la fachada del Varela Varelita o un “Arbeit Macht Frei”), pero que en su mayoría son simplemente hermosos garabatos producto de un sentir, más que de un sentido. De las transcripciones manuscritas dejo algunas frases sueltas, que aisladas pierden cualquier importancia, pero que me parece demuestran que el automatismo de la libertad de Moguilevsky lleva a caminos de una Verdad que se muestra en su significancia: “Blandiendo un arma al amanecer, Jaime pensó en su padre.”; “El peronismo es un tiempo compartido”; “Los dioses oscuros de la compraventa”; “La voluptuosa asociación ilícita”; “Las traiciones del hipócrita”; y mil etcéteras que incluyen algunos micro relatos que recorren todo el libro. Al mismo tiempo que transcribía estas frases me daba cuenta de la inutilidad de esta selección arbitraria, porque justamente la belleza de este libro está en el disfrute lector de esas oraciones arrancadas de su contexto que enhebran una forma de expresarse sin ataduras, ni formalismos. Pensaba también, dentro de otra arbitrariedad más del reseñista, que el libro de Moguilevsky se podría simplificar como una mezcla recreada de las epifanías de James Joyce junto con los dibujos de Osvaldo Lamborghini, que no casualmente cierra con el antepenúltimo dibujo del libro. Aunque esto es simplemente una arbitrariedad más, porque el libro es mucho más que esas posibles referencias. Es una muestra de la posibilidad de una vuelta a la experimentación y a la búsqueda expresiva mucho más allá de lo que la academia y el buen gusto quieren imponer. Una vuelta renovada a la mejor tradición creadora del siglo XX, aquella que busca expresarse más allá de los limites, y ahí está la belleza y disfrute de este libro.

Diego Cano

Una hora de locura y placer - Nicolás Moguilevsky

$15.000
Una hora de locura y placer - Nicolás Moguilevsky $15.000

Nicolás Moguilevsky tiene la libertad de expresarse como hace tiempo que no se ve por estas tierras. Una escritura a mano, con tachaduras, que fluye en un continuo imparable que vuelve furiosamente a las bases de la asociación libre y de lo mejor de la escritura automática. Pensamientos aparentemente inconexos fluyen sin parar donde cuestiones cotidianas, cuentas, afirmaciones cuasi filosóficas, relatos breves y frases del sentido común construyen un sentido de libertad sin fin. Y ese volver, no es simplemente un volver, sino que la escritura manuscrita se junta con unos dibujos que no ilustran, sino que son parte de la libertad creadora y del sentido que se construye en este libro de la editorial Palabras Amarillas. Dibujos que le deben mucho al Art Brut, y al collage, y que por momentos se aferran más a un sentido (caricaturas, un bodegón, la fachada del Varela Varelita o un “Arbeit Macht Frei”), pero que en su mayoría son simplemente hermosos garabatos producto de un sentir, más que de un sentido. De las transcripciones manuscritas dejo algunas frases sueltas, que aisladas pierden cualquier importancia, pero que me parece demuestran que el automatismo de la libertad de Moguilevsky lleva a caminos de una Verdad que se muestra en su significancia: “Blandiendo un arma al amanecer, Jaime pensó en su padre.”; “El peronismo es un tiempo compartido”; “Los dioses oscuros de la compraventa”; “La voluptuosa asociación ilícita”; “Las traiciones del hipócrita”; y mil etcéteras que incluyen algunos micro relatos que recorren todo el libro. Al mismo tiempo que transcribía estas frases me daba cuenta de la inutilidad de esta selección arbitraria, porque justamente la belleza de este libro está en el disfrute lector de esas oraciones arrancadas de su contexto que enhebran una forma de expresarse sin ataduras, ni formalismos. Pensaba también, dentro de otra arbitrariedad más del reseñista, que el libro de Moguilevsky se podría simplificar como una mezcla recreada de las epifanías de James Joyce junto con los dibujos de Osvaldo Lamborghini, que no casualmente cierra con el antepenúltimo dibujo del libro. Aunque esto es simplemente una arbitrariedad más, porque el libro es mucho más que esas posibles referencias. Es una muestra de la posibilidad de una vuelta a la experimentación y a la búsqueda expresiva mucho más allá de lo que la academia y el buen gusto quieren imponer. Una vuelta renovada a la mejor tradición creadora del siglo XX, aquella que busca expresarse más allá de los limites, y ahí está la belleza y disfrute de este libro.

Diego Cano