Palabras que parecen surgir de un silencio, el blanco que las rodea y que les da el contorno de versos. Pero no se trata de una alternativa, aunque fuese poética, entre decir y no decir, sino que más bien lo escrito se torna necesario, urgente, es “lo que no se puede dejar ir”, una suerte de presencia que no deja de ausentarse. La poesía de Fernando Araldi Oesterheld tiene entonces un tono de pregunta que se acerca a la plegaria. “¿Para qué seguir naciendo?”, se pregunta. Aunque sea un interrogante imposible, ya que el nacimiento debe ser el acto que nadie puede decidir. ¿A quién se dirige? Quizás a la ausencia de alguien, al retraimiento de algo. Es como un rezo murmurado que se eleva al rango de oda, pero no hay nadie en el cielo que esté escuchando. Sólo está la página, su blanco, y el ritmo de palabras que la oscurecen por instantes, por raptos. Tampoco es posible preguntar para qué seguir escribiendo. En las imágenes que cada puñado de versos hace resplandecer, se contradice a la vez el acto mínimo de manchar de palabras un silencio y se justica de alguna manera. Como diría Mallarmé: qué importa que esos brillos no se dirijan a nadie en particular, de todos modos están ahí, registran el pasaje de cuerpos y de cosas por una película sensible, escrituras de luz. Entre la noche y el blanco, Un veneno de sí prende un fogonazo de intensa vitalidad, sigue naciendo a cada paso.

Silvio Mattoni

Un veneno de sí - Fernando Araldi Oesterheld

$19.800
Un veneno de sí - Fernando Araldi Oesterheld $19.800

Palabras que parecen surgir de un silencio, el blanco que las rodea y que les da el contorno de versos. Pero no se trata de una alternativa, aunque fuese poética, entre decir y no decir, sino que más bien lo escrito se torna necesario, urgente, es “lo que no se puede dejar ir”, una suerte de presencia que no deja de ausentarse. La poesía de Fernando Araldi Oesterheld tiene entonces un tono de pregunta que se acerca a la plegaria. “¿Para qué seguir naciendo?”, se pregunta. Aunque sea un interrogante imposible, ya que el nacimiento debe ser el acto que nadie puede decidir. ¿A quién se dirige? Quizás a la ausencia de alguien, al retraimiento de algo. Es como un rezo murmurado que se eleva al rango de oda, pero no hay nadie en el cielo que esté escuchando. Sólo está la página, su blanco, y el ritmo de palabras que la oscurecen por instantes, por raptos. Tampoco es posible preguntar para qué seguir escribiendo. En las imágenes que cada puñado de versos hace resplandecer, se contradice a la vez el acto mínimo de manchar de palabras un silencio y se justica de alguna manera. Como diría Mallarmé: qué importa que esos brillos no se dirijan a nadie en particular, de todos modos están ahí, registran el pasaje de cuerpos y de cosas por una película sensible, escrituras de luz. Entre la noche y el blanco, Un veneno de sí prende un fogonazo de intensa vitalidad, sigue naciendo a cada paso.

Silvio Mattoni