Su Majestad me pide, bañada en lágrimas, que acuda a su cama, temerosa, según arguye, por tener una pesadilla. Esta palabra es nueva para ella y estoy preocupada, pero recelosa de sus tácticas infantiles. Me recuerda el sueño que tuvo el verano pasado, en el cual su títere de media gris, Boxes el Rinoceronte, fue empujado a través de la cerradura de su puerta y desperdigado en pedazos sobre su almohada, cuya visión, debo admitir que con algo de justicia, la arrancó sudorosa y temblando del sueño. Eso fue hace meses, señalo. Podría suceder de nuevo, insiste. 

*

Algunas noches llama, pidiendo agua o necesitando orinar. Algunas noches es un escozor, algunas noches un mal sueño. Algunas noches siento que mi mente nerviosa me engaña, plantando sus gritos en el ruido blanco de mi almohada. Aún así, me pongo la bata y doy tumbos en la oscuridad, golpeándome un dedo del pie con la valija de mi esposo, desempacada a medias junto a la escalera. Cualquier sueño del que yo haya sido arrancada chisporrotea al instante, como los rescoldos de una fogata apagada con arena. No le gusta que la llame Su Majestad. No eres mi sirvienta, insiste, airada pero tiernamente, antes de señalar su almohada al otro lado de la habitación y exhalar un suspiro suave, majestuoso.

Un libro de la almohada - Suzanne Buffam

$20.100
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Su Majestad me pide, bañada en lágrimas, que acuda a su cama, temerosa, según arguye, por tener una pesadilla. Esta palabra es nueva para ella y estoy preocupada, pero recelosa de sus tácticas infantiles. Me recuerda el sueño que tuvo el verano pasado, en el cual su títere de media gris, Boxes el Rinoceronte, fue empujado a través de la cerradura de su puerta y desperdigado en pedazos sobre su almohada, cuya visión, debo admitir que con algo de justicia, la arrancó sudorosa y temblando del sueño. Eso fue hace meses, señalo. Podría suceder de nuevo, insiste. 

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Algunas noches llama, pidiendo agua o necesitando orinar. Algunas noches es un escozor, algunas noches un mal sueño. Algunas noches siento que mi mente nerviosa me engaña, plantando sus gritos en el ruido blanco de mi almohada. Aún así, me pongo la bata y doy tumbos en la oscuridad, golpeándome un dedo del pie con la valija de mi esposo, desempacada a medias junto a la escalera. Cualquier sueño del que yo haya sido arrancada chisporrotea al instante, como los rescoldos de una fogata apagada con arena. No le gusta que la llame Su Majestad. No eres mi sirvienta, insiste, airada pero tiernamente, antes de señalar su almohada al otro lado de la habitación y exhalar un suspiro suave, majestuoso.