Los ensayos de Sergio Cueto inducen aquella antigua y a la vez inédita sensación que provoca la lectura de ciertos grandes ensayos, como los de Borges o de Blanchot, cuyo objeto es literario: la de que el texto que el ensayo lee acaba de ser escrito. No importa que ese texto halló en el canon grávido de días su espacio áureo, como es el caso de Dante, de Baudelaire, o de Eliot. Incluso a despecho de esa nombradía, en estos tres ensayos los siglos de cenizas y anaqueles ceden otra vez su tiempo a la inactual actividad de la lectura ejercida en un instante pleno. Y acaso en esa inactualidad funda Cueto su paradójico modo de ser fatalmente contemporáneo, toda vez que piensa, desde la poesía, algunas de las nociones que nos acosan en nuestro tiempo feroz. Por ejemplo, cuando con él descubrimos que tanto en el infierno dantesco, en la ciudad crepuscular de Baudelaire o en la tierra yerma de Eliot se alza la vulgaridad como un avatar del mal, como la claudicación del Ideal o como la ruina del paisaje, alcanzamos la amarga convicción de que esos mundos imaginarios del poema nos rodean con la desgraciada nitidez del mundo real. Constituyen, de pronto, el sentido del mundo real, su oculto despliegue. Sergio Cueto nos dice, secretamente, que si "el presente es el mal", hay también una ascesis de la espera que se torna una redención en la esperanza.

JORGE MONTELEONE

Tres estudios. Dante - Baudelaire - Eliot Sergio Cueto

$13.720
Tres estudios. Dante - Baudelaire - Eliot Sergio Cueto $13.720

Los ensayos de Sergio Cueto inducen aquella antigua y a la vez inédita sensación que provoca la lectura de ciertos grandes ensayos, como los de Borges o de Blanchot, cuyo objeto es literario: la de que el texto que el ensayo lee acaba de ser escrito. No importa que ese texto halló en el canon grávido de días su espacio áureo, como es el caso de Dante, de Baudelaire, o de Eliot. Incluso a despecho de esa nombradía, en estos tres ensayos los siglos de cenizas y anaqueles ceden otra vez su tiempo a la inactual actividad de la lectura ejercida en un instante pleno. Y acaso en esa inactualidad funda Cueto su paradójico modo de ser fatalmente contemporáneo, toda vez que piensa, desde la poesía, algunas de las nociones que nos acosan en nuestro tiempo feroz. Por ejemplo, cuando con él descubrimos que tanto en el infierno dantesco, en la ciudad crepuscular de Baudelaire o en la tierra yerma de Eliot se alza la vulgaridad como un avatar del mal, como la claudicación del Ideal o como la ruina del paisaje, alcanzamos la amarga convicción de que esos mundos imaginarios del poema nos rodean con la desgraciada nitidez del mundo real. Constituyen, de pronto, el sentido del mundo real, su oculto despliegue. Sergio Cueto nos dice, secretamente, que si "el presente es el mal", hay también una ascesis de la espera que se torna una redención en la esperanza.

JORGE MONTELEONE