John Kirk

La cara del hombre era vulgar; tenía ojos chicos y juntos y la línea de la mandíbula recta y definida, pero no por carácter o determinación, ni siquiera por personalidad, sino por fuerza física, exclusivamente por fuerza física. Era vulgar la cara, muy vulgar, tan vulgar que ni siquiera el miedo que la poseía era capaz de disimular su vulgaridad. Pero el miedo era muy grande, muy grande, le tintineaba en los párpados, y le estremecía la boca, y hasta le abría y cerraba las aletas de la nariz. Fue ese miedo el que hizo que el Prefecto se asombrara de su asombro, porque el Prefecto era un hombre conocedor de hombres, aunque él no lo sabía, porque no se conocía a sí mismo, porque siempre se había considerado a sí mismo como persona y no como funcionario, y esa era una cualidad que había adquirido como funcionario, cuando todavía no se consideraba persona, o por lo menos, cuando se apoyaba en su puesto de funcionario para considerarse persona; porque había entrado muy joven en la policía, demasiado joven aún para ese lugar, en donde los chicos de los blancos pueden golpear a un negro de la edad de sus padres, o de los padres de sus padres. Y lo miró entonces al hombre, fijamente en la cara, y se dio cuenta de que era un hombre valiente, aunque eso no lo vio en la cara, sino lo vio en el miedo, porque el hombre era de esos hombres valientes, que tienen miedo de su miedo, porque no conocen el miedo.

 

Setenta veces Siete - Dalmiro Sáenz

$7.000
Setenta veces Siete - Dalmiro Sáenz $7.000

John Kirk

La cara del hombre era vulgar; tenía ojos chicos y juntos y la línea de la mandíbula recta y definida, pero no por carácter o determinación, ni siquiera por personalidad, sino por fuerza física, exclusivamente por fuerza física. Era vulgar la cara, muy vulgar, tan vulgar que ni siquiera el miedo que la poseía era capaz de disimular su vulgaridad. Pero el miedo era muy grande, muy grande, le tintineaba en los párpados, y le estremecía la boca, y hasta le abría y cerraba las aletas de la nariz. Fue ese miedo el que hizo que el Prefecto se asombrara de su asombro, porque el Prefecto era un hombre conocedor de hombres, aunque él no lo sabía, porque no se conocía a sí mismo, porque siempre se había considerado a sí mismo como persona y no como funcionario, y esa era una cualidad que había adquirido como funcionario, cuando todavía no se consideraba persona, o por lo menos, cuando se apoyaba en su puesto de funcionario para considerarse persona; porque había entrado muy joven en la policía, demasiado joven aún para ese lugar, en donde los chicos de los blancos pueden golpear a un negro de la edad de sus padres, o de los padres de sus padres. Y lo miró entonces al hombre, fijamente en la cara, y se dio cuenta de que era un hombre valiente, aunque eso no lo vio en la cara, sino lo vio en el miedo, porque el hombre era de esos hombres valientes, que tienen miedo de su miedo, porque no conocen el miedo.