Partir para no quedarse esperando. Abandonar lo que no se tiene para no entregarse a lo que hay. Esquivar la desolación, aún a precio del hartazgo, trazando una cartografía honesta de lo imposible. Septiembre en el Raval es la historia de un viaje a medias renegado, a medias delirante, en los que una joven existencia desencajada se entrega al porvenir sin metas de un anhelo. La protagonista no deja Buenos Aires por la mera promesa de cierto bienestar socio-económico; su salto-vuelo al hedonismo laberíntico de Barcelona resulta, más que una historia de desarraigo y hospitalidad, una apuesta a esa otra-cosa inasible, inconsistente, tramposa y renuente a la alegría fácil que pulsa en el deseo.  

Al salir de la ciudad narcótica y salvaje, luego de consumar lo imposible, de tocar el cielo negro del amor, la voz se desplaza a la seria, sobria, organizada Madrid. Aquí se consuma la pesadilla latente de la historia. Se puede jugar al despilfarro, vender el cuerpo y regalar el alma sin pudores absurdos, pero el colmo de la dulzura es la daga de la infancia, que se clava en nosotros cuando ese algo indeterminado que añoramos parece entregársenos. Cuando el amor descansa, como un perro domesticado, a nuestros pies, descubrimos que la destrucción no es un jardín cercado por el lenguaje: se muere luego o antes de la letra, y nadie sabe de nosotros, nadie nos lleva en brazos hacia la canción de cuna ni nos salva de la mención honoraria. 

Marina Maggi

Septiembre en el raval - Vanessa Crisci

$27.060
Septiembre en el raval - Vanessa Crisci $27.060

Partir para no quedarse esperando. Abandonar lo que no se tiene para no entregarse a lo que hay. Esquivar la desolación, aún a precio del hartazgo, trazando una cartografía honesta de lo imposible. Septiembre en el Raval es la historia de un viaje a medias renegado, a medias delirante, en los que una joven existencia desencajada se entrega al porvenir sin metas de un anhelo. La protagonista no deja Buenos Aires por la mera promesa de cierto bienestar socio-económico; su salto-vuelo al hedonismo laberíntico de Barcelona resulta, más que una historia de desarraigo y hospitalidad, una apuesta a esa otra-cosa inasible, inconsistente, tramposa y renuente a la alegría fácil que pulsa en el deseo.  

Al salir de la ciudad narcótica y salvaje, luego de consumar lo imposible, de tocar el cielo negro del amor, la voz se desplaza a la seria, sobria, organizada Madrid. Aquí se consuma la pesadilla latente de la historia. Se puede jugar al despilfarro, vender el cuerpo y regalar el alma sin pudores absurdos, pero el colmo de la dulzura es la daga de la infancia, que se clava en nosotros cuando ese algo indeterminado que añoramos parece entregársenos. Cuando el amor descansa, como un perro domesticado, a nuestros pies, descubrimos que la destrucción no es un jardín cercado por el lenguaje: se muere luego o antes de la letra, y nadie sabe de nosotros, nadie nos lleva en brazos hacia la canción de cuna ni nos salva de la mención honoraria. 

Marina Maggi