La poesía es cosa de mestizos. Y no todos, y no siempre, la escriben. Abrazado por el cuerpo de la madre tierra, a veces al mestizo le basta con jugar con palabras, con formas ajenas. Jugar a que se es otro, jugar a que se es libre. Pero se queda huérfano. Sara Luna es canción de huérfano.

Leopoldo Brizuela

 

En sus manos estaba el aroma de hoy

 De espaldas a mí, se tomaba la cara con las manos.

Había ensuciado las alacenas, la mesada

y parte del piso, como si estuviera 

cambiando de piel, preparándose 

para una transformación delicada. 

Ya casi no podía ver 

y al cocinar, como en una prueba, 

sellaba sus párpados con huevo batido. 

Ella estaba unida a las cosas de este mundo

a través del misterio de cada una de ellas.

Eso la aliviaba del dolor de envejecer.

Del horno sacó una máscara 

hecha de masa de hojaldre.

Se la puso y se dio vuelta hacia mí.                                                            

Un pulso vibra en mis manos 

mientras amaso, me dijo. 

Cortando un tomate, agregó:

Cada cosa, por pequeña que sea,

por más marchita que esté, tiene su temblor.

Luego me acarició como los ciegos tocan: para ver,

y sentí que podría adormecerme 

oliendo los restos de tomillo y ajo, 

presintiendo que estos instantes venían de antes, 

de cuando yo no había nacido 

y ella estaba en su cocina de campo

con un tazón frente a la ventana, 

batiendo, preparando mi vida.

 

Sara Luna - Tom Maver

$16.000
Sara Luna - Tom Maver $16.000

La poesía es cosa de mestizos. Y no todos, y no siempre, la escriben. Abrazado por el cuerpo de la madre tierra, a veces al mestizo le basta con jugar con palabras, con formas ajenas. Jugar a que se es otro, jugar a que se es libre. Pero se queda huérfano. Sara Luna es canción de huérfano.

Leopoldo Brizuela

 

En sus manos estaba el aroma de hoy

 De espaldas a mí, se tomaba la cara con las manos.

Había ensuciado las alacenas, la mesada

y parte del piso, como si estuviera 

cambiando de piel, preparándose 

para una transformación delicada. 

Ya casi no podía ver 

y al cocinar, como en una prueba, 

sellaba sus párpados con huevo batido. 

Ella estaba unida a las cosas de este mundo

a través del misterio de cada una de ellas.

Eso la aliviaba del dolor de envejecer.

Del horno sacó una máscara 

hecha de masa de hojaldre.

Se la puso y se dio vuelta hacia mí.                                                            

Un pulso vibra en mis manos 

mientras amaso, me dijo. 

Cortando un tomate, agregó:

Cada cosa, por pequeña que sea,

por más marchita que esté, tiene su temblor.

Luego me acarició como los ciegos tocan: para ver,

y sentí que podría adormecerme 

oliendo los restos de tomillo y ajo, 

presintiendo que estos instantes venían de antes, 

de cuando yo no había nacido 

y ella estaba en su cocina de campo

con un tazón frente a la ventana, 

batiendo, preparando mi vida.