Roso se va desovillando como lo hace el itinerario del personaje que ha iniciado un viaje en busca de un algo que va a ir a enlazarse con su propia infancia. Es en la búsqueda de armonía y unidad donde Leonel Antelo se detiene, y en cada pormenor va componiendo esta novela. Al conducir al personaje más y más hacia atrás lo hará toparse con la infancia de su propio abuelo, y en ese tirar del hilo acaso también lo lleve a descubrir el cómo y el porqué de una muerte reciente.
El protagonista ha viajado a Ronda guarnecido de lejanas experiencias en casa de sus abuelos donde cada momento y hasta los objetos mismos tuvieron tal participación que permanecen intactos en su memoria. Es un viaje de encuentros. De encuentros programados, de encuentros casuales, de encuentros causales; de largas charlas de intimidad que de a capas van desanudando la textura para exhibir a los ojos del lector la carne viva de cada persona con la que el protagonista se encuentra; y todo lo lleva una y otra vez a aquella casa de sus abuelos. Es un dejarse llevar y también un guiar los acontecimientos, y lo que puede alterarse se altera, para bien o para mal. Es también un viaje de silencios que dicen mucho más que las palabras. Es un ida y vuelta al y desde el pasado que va tomando un nuevo sentido, un pasado que, muy callado, trabaja en el presente. Ese presente de un encuentro amoroso, de una muerte, de una mujer de negro que se dedica al arte, de una anciana que en una pequeña casa de Buspriz devela una gran pequeña historia, un cuadro de tauromaquia. Y una llovizna de amanecer, en ese larguísimo día que termina teniendo un giro que da a la historia un muy satisfactorio final.

Roso - Leonel Antelo

$9.000
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Roso se va desovillando como lo hace el itinerario del personaje que ha iniciado un viaje en busca de un algo que va a ir a enlazarse con su propia infancia. Es en la búsqueda de armonía y unidad donde Leonel Antelo se detiene, y en cada pormenor va componiendo esta novela. Al conducir al personaje más y más hacia atrás lo hará toparse con la infancia de su propio abuelo, y en ese tirar del hilo acaso también lo lleve a descubrir el cómo y el porqué de una muerte reciente.
El protagonista ha viajado a Ronda guarnecido de lejanas experiencias en casa de sus abuelos donde cada momento y hasta los objetos mismos tuvieron tal participación que permanecen intactos en su memoria. Es un viaje de encuentros. De encuentros programados, de encuentros casuales, de encuentros causales; de largas charlas de intimidad que de a capas van desanudando la textura para exhibir a los ojos del lector la carne viva de cada persona con la que el protagonista se encuentra; y todo lo lleva una y otra vez a aquella casa de sus abuelos. Es un dejarse llevar y también un guiar los acontecimientos, y lo que puede alterarse se altera, para bien o para mal. Es también un viaje de silencios que dicen mucho más que las palabras. Es un ida y vuelta al y desde el pasado que va tomando un nuevo sentido, un pasado que, muy callado, trabaja en el presente. Ese presente de un encuentro amoroso, de una muerte, de una mujer de negro que se dedica al arte, de una anciana que en una pequeña casa de Buspriz devela una gran pequeña historia, un cuadro de tauromaquia. Y una llovizna de amanecer, en ese larguísimo día que termina teniendo un giro que da a la historia un muy satisfactorio final.