Lo primero que sorprende de Rojo amor es que Aníbal Jarkowski haya escrito la novela cuando apenas rondaba la treintena. La originalidad de su tema, la contundencia de su argumento, la fluida combinación de estilos dispares, la precisión de su escritura remiten a una madurez que no es fácil de encontrar en un autor novel. Si a esto le sumamos su capacidad para transfigurar retazos de la historia personal –un abuelo ruso emigrado en la Buenos Aires de comienzos del siglo XX– para abarcar de un plumazo la Historia con mayúsculas, la sorpresa es aún mayor.

Publicada originalmente en 1993 y ahora reeditada por Clubcinco –un proyecto editorial encargado de rescatar obras descatalogadas que en su momento pasaron desapercibidas (próximamente editarán El amparo de Gustavo Ferreyra)– Rojo amor, como toda gran novela, no solo se mantiene vigente sino que además sigue siendo capaz de interpelar a nuestra época. “¿Quién puede hacerse a la idea de que el mundo no fue vulgar alguna vez?”, se lee en la primera página. En tiempos de sobreexposición, cuando la vida privada está cada vez más privada de vida y los límites de la intimidad son cada vez más vagos; cuando las fronteras se debilitan y la idea de aldea global es más palpable; cuando el arte tiene poco de gesto revolucionario y funciona cada vez más como la fábrica de sueños consumados del capitalismo, Rojo amor nos propone una genealogía caprichosa de este estado de cosas. La novela está compuesta por tres partes reconocibles: las grabaciones de una entrevista para una revista femenina que un periodista le hace al duque ruso Dimitri Pavlovich, último heredero de la dinastía Romanov; luego el relato en primera persona de los días en que el periodista (de treinta años, al igual que Jarkowski) deviene novelista y, por último, “Rojo amor”, la novela que escribe inspirada por su encuentro con Pavlovich. Si la primera parte –de corte exclusivamente dialógico a la manera de Puig– se encarga de retratar la decadencia del imperio ruso luego de la Revolución de Octubre, la tercera –que no escatima los recursos del folletín y la novela rosa– muestra la contracara de la revolución, sus consecuencias, sus traiciones, sus renuncias.

Rojo amor, como toda gran novela, no solo se mantiene vigente sino que además sigue siendo capaz de interpelar a nuestra época.

Es difícil no caer en reduccionismos simples ante una obra de semejante riqueza en la que, entre otras cosas, podemos leer una biografía fragmentaria de Coco Chanel, los avatares de un discípulo de Lenin, pareceres sobre el modo de vida en los bajos fondos de la rabiosa Buenos Aires del mil novecientos, y sobre todo avisorar la condición de la mujer frente a un mundo malogrado por hombres, tema recurrente en la ineludible obra venidera de Jarkowski –por ejemplo, en El trabajo. Gracias a esta novela, podemos releer a este autor casi secreto cuyo único compromiso es la escritura, al que nada parece importarle fuera de sus libros, que están ahí esperando para deslumbrarnos.

 

Rojo amor - Aníbal Jarkowski

$26.000
Rojo amor - Aníbal Jarkowski $26.000

Lo primero que sorprende de Rojo amor es que Aníbal Jarkowski haya escrito la novela cuando apenas rondaba la treintena. La originalidad de su tema, la contundencia de su argumento, la fluida combinación de estilos dispares, la precisión de su escritura remiten a una madurez que no es fácil de encontrar en un autor novel. Si a esto le sumamos su capacidad para transfigurar retazos de la historia personal –un abuelo ruso emigrado en la Buenos Aires de comienzos del siglo XX– para abarcar de un plumazo la Historia con mayúsculas, la sorpresa es aún mayor.

Publicada originalmente en 1993 y ahora reeditada por Clubcinco –un proyecto editorial encargado de rescatar obras descatalogadas que en su momento pasaron desapercibidas (próximamente editarán El amparo de Gustavo Ferreyra)– Rojo amor, como toda gran novela, no solo se mantiene vigente sino que además sigue siendo capaz de interpelar a nuestra época. “¿Quién puede hacerse a la idea de que el mundo no fue vulgar alguna vez?”, se lee en la primera página. En tiempos de sobreexposición, cuando la vida privada está cada vez más privada de vida y los límites de la intimidad son cada vez más vagos; cuando las fronteras se debilitan y la idea de aldea global es más palpable; cuando el arte tiene poco de gesto revolucionario y funciona cada vez más como la fábrica de sueños consumados del capitalismo, Rojo amor nos propone una genealogía caprichosa de este estado de cosas. La novela está compuesta por tres partes reconocibles: las grabaciones de una entrevista para una revista femenina que un periodista le hace al duque ruso Dimitri Pavlovich, último heredero de la dinastía Romanov; luego el relato en primera persona de los días en que el periodista (de treinta años, al igual que Jarkowski) deviene novelista y, por último, “Rojo amor”, la novela que escribe inspirada por su encuentro con Pavlovich. Si la primera parte –de corte exclusivamente dialógico a la manera de Puig– se encarga de retratar la decadencia del imperio ruso luego de la Revolución de Octubre, la tercera –que no escatima los recursos del folletín y la novela rosa– muestra la contracara de la revolución, sus consecuencias, sus traiciones, sus renuncias.

Rojo amor, como toda gran novela, no solo se mantiene vigente sino que además sigue siendo capaz de interpelar a nuestra época.

Es difícil no caer en reduccionismos simples ante una obra de semejante riqueza en la que, entre otras cosas, podemos leer una biografía fragmentaria de Coco Chanel, los avatares de un discípulo de Lenin, pareceres sobre el modo de vida en los bajos fondos de la rabiosa Buenos Aires del mil novecientos, y sobre todo avisorar la condición de la mujer frente a un mundo malogrado por hombres, tema recurrente en la ineludible obra venidera de Jarkowski –por ejemplo, en El trabajo. Gracias a esta novela, podemos releer a este autor casi secreto cuyo único compromiso es la escritura, al que nada parece importarle fuera de sus libros, que están ahí esperando para deslumbrarnos.