Los relatos de Rocanrol cuentan historias extremas. Unas veces como personas y otras como mito, los personajes, fantasmas o sobrevivientes, deambulan entre uno y otro relato y un mismo aire de marginalidad lumpen retorna sobre todos ellos. De un realismo crudo, seco y a veces sucio, centrado en el justo uso de la lengua oral, la prosa de Osvaldo Aguirre, ágil y tremenda, se lanza en un viaje que, como supo decir Jorge Luis Borges del Hormiga negra de Eduardo Gutiérrez, perdurará en la memoria, más allá del realismo o de sus aciertos estéticos, políticos o estilísticos, porque, indudablemente, “se parece a la vida”.