Hay un endecasílabo único en este libro que expande su título: “los simulacros del viejo rapsoda”. Porque de eso se trata: alguien que emite episodios rítmicos, por arranques, por súbitos hallazgos de una imagen o una frase que se arma, gira en el aire, choca con su propia estructura de subordinadas y cae de soslayo. Lo que es también, como todo el libro, una variación del concepto lucreciano de clinamen, lo que se desvía, lo que se inclina. Sin ese desliz, las palabras y las cosas caerían en línea recta hacia la pura repetición de su insignificancia. Pero aquí hay un viejo rapsoda, acaso enfermo, que recita, que vuelve a empezar cuando los versos que caen se interrumpen. Y en cada comienzo, otro incidente desvía la atención, hay choques de palabras que arman esos átomos de la poesía que se llaman versos, breves, raudos, corpusculares, como partículas que flotan un momento en la semipenumbra de una pieza bajo el rayo inclinado del sol invisible. El rapsoda arma entonces sus simulacros con palabras, pero también con sus cortes, lo que interrumpe, lo que se sustrae. Cada poema deja su imagen intermitente en el espacio de silencio que ocupó, en la evanescencia de su recitado fantasmal: espumas en piedras, reflejos en pantallas, e incluso ruidos en artefactos médicos. A través del sonido, hay una máquina que realiza su diagnóstico por imágenes, traduce un bombardeo audible en una vorágine visible de puntos de luz, y así también el rapsoda que pone a funcionar Soares brinda su recitado, un simulacro de relato, mediante patrones rítmicos, traduce una manera de cortar las frases y cerrarlas en el instante de su aparición en una figura que tiene su propia voz. En el silencio final, el viejo rapsoda encuentra el arte de la pintura por medio de la ausencia del poema, que se ha vuelto materia, tema y grado de inclinación verbal. Y sin saberlo traza la parábola de su vida, de un recitado a otro, con un pincel que imita las cosas sensibles sin dejar de recordar las letras que se dejaron atrás, sus diagramas olvidados para que los simulacros sigan en movimiento.

Silvio Mattoni

Rapsoda - Lucas Soares

$19.800
Rapsoda - Lucas Soares $19.800

Hay un endecasílabo único en este libro que expande su título: “los simulacros del viejo rapsoda”. Porque de eso se trata: alguien que emite episodios rítmicos, por arranques, por súbitos hallazgos de una imagen o una frase que se arma, gira en el aire, choca con su propia estructura de subordinadas y cae de soslayo. Lo que es también, como todo el libro, una variación del concepto lucreciano de clinamen, lo que se desvía, lo que se inclina. Sin ese desliz, las palabras y las cosas caerían en línea recta hacia la pura repetición de su insignificancia. Pero aquí hay un viejo rapsoda, acaso enfermo, que recita, que vuelve a empezar cuando los versos que caen se interrumpen. Y en cada comienzo, otro incidente desvía la atención, hay choques de palabras que arman esos átomos de la poesía que se llaman versos, breves, raudos, corpusculares, como partículas que flotan un momento en la semipenumbra de una pieza bajo el rayo inclinado del sol invisible. El rapsoda arma entonces sus simulacros con palabras, pero también con sus cortes, lo que interrumpe, lo que se sustrae. Cada poema deja su imagen intermitente en el espacio de silencio que ocupó, en la evanescencia de su recitado fantasmal: espumas en piedras, reflejos en pantallas, e incluso ruidos en artefactos médicos. A través del sonido, hay una máquina que realiza su diagnóstico por imágenes, traduce un bombardeo audible en una vorágine visible de puntos de luz, y así también el rapsoda que pone a funcionar Soares brinda su recitado, un simulacro de relato, mediante patrones rítmicos, traduce una manera de cortar las frases y cerrarlas en el instante de su aparición en una figura que tiene su propia voz. En el silencio final, el viejo rapsoda encuentra el arte de la pintura por medio de la ausencia del poema, que se ha vuelto materia, tema y grado de inclinación verbal. Y sin saberlo traza la parábola de su vida, de un recitado a otro, con un pincel que imita las cosas sensibles sin dejar de recordar las letras que se dejaron atrás, sus diagramas olvidados para que los simulacros sigan en movimiento.

Silvio Mattoni