PEGGY EN EL CREPÚSCULO

Peggy se pasaba la mitad del día tratando de despertarse, y

la otra mitad preparándose para dormir. A eso de las cinco, se

preparaba un trago ridículo estilo años cuarenta

como un Grasshopper o un Brass Monkey, para ponerle

un toque de color a su derrota. Esta sombra de vida se convirtió

en la suya. Siempre resplandecía; es decir, tenía un aura

de inocencia, pero también de muerte.

La conocí hace casi treinta años en una fiesta.

Ya entonces era demasiado tarde para las mujeres trágicas, para

cualquier cosa trágica. Aún así, cuando se acurrucó y se quedó dormida

en un rincón, el amor se apoderó de mí.

Unos menudos ángeles aurinegros se posaron en sus hombros caídos

y se pusieron a cantarle el arrorró.

Fui a otra habitación y le pedí al dueño de casa una

frazada para Peggy.

“¿Peggy?”, me dijo. “Acá no hay ninguna Peggy”.

Y así empezó mi vida amorosa.

Qué felices que éramos - James Tate

$22.500
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PEGGY EN EL CREPÚSCULO

Peggy se pasaba la mitad del día tratando de despertarse, y

la otra mitad preparándose para dormir. A eso de las cinco, se

preparaba un trago ridículo estilo años cuarenta

como un Grasshopper o un Brass Monkey, para ponerle

un toque de color a su derrota. Esta sombra de vida se convirtió

en la suya. Siempre resplandecía; es decir, tenía un aura

de inocencia, pero también de muerte.

La conocí hace casi treinta años en una fiesta.

Ya entonces era demasiado tarde para las mujeres trágicas, para

cualquier cosa trágica. Aún así, cuando se acurrucó y se quedó dormida

en un rincón, el amor se apoderó de mí.

Unos menudos ángeles aurinegros se posaron en sus hombros caídos

y se pusieron a cantarle el arrorró.

Fui a otra habitación y le pedí al dueño de casa una

frazada para Peggy.

“¿Peggy?”, me dijo. “Acá no hay ninguna Peggy”.

Y así empezó mi vida amorosa.