Perros muertos es, en cierta forma, la crónica del derrumbamiento de una pareja. Una certeza y una sospecha la habitan desde el inicio: Mónica ha cambiado; él, Javier (su pareja, quien escribe) ya no se encuentra entre los hombres de su vida. La narración comienza un lunes, con el entierro recién consumado del perro que años atrás él mismo regalara a Guillermo, el hijo de Mónica, en su sexto cumpleaños. El hecho parece condensar y reforzar el presentimiento de Javier: “la muerte del perro es la muerte de todo lo prometedor”. A partir de allí, nos queda por recorrer un camino jalonado de intentos de recomposición, de más sospechas, de nuevos descubrimientos, de culpas, anhelos, frustraciones. Y también está la pregunta: ¿Puede alguien exigir de otro lo que no ha ofrecido antes?

Leonel Antelo ya mostró en Roso de lo que es capaz con su certera, delicada y profunda forma de escritura. Su particular estilo de construir y animar frases y situaciones, de meterse en la perspectiva única de sus personajes, de hurgar en lo que nos pasa y en lo que nos motiva, nos conmueve y nos empuja a seguir leyéndolo.

Fabián Rossini