En el centro de este libro hay una alegoría: la película soviética Stalker (1979). Andrei Tarkovski la rodó bajo condiciones ambientales insalubres en una central hidroeléctrica abandonada. Los primeros meses de tomas se arruinaron casi por completo; los actores –quienes guardaban la memoria de aquella primera versión perdida– fueron muriendo jóvenes como consecuencia de la radiactividad del lugar. Esa alegoría divide el libro en dos partes. La primera es bien reciente e incluye la serie “Museo del viento”. La segunda –que originalmente iba a llamarse “Infinita riqueza abandonada”– contiene textos compuestos a fines del siglo veinte en una máquina de escribir Olympia portátil bajo condiciones sociales extremas de pobreza, soledad y ostracismo. 

El imaginario distópico de Siberia condensa ambas mitades. La conservación material misma de la sección más antigua –una escritura entre la autoficción y el fatum ancestral– contradice en alguna medida mi concepto de “museo del viento”, ya que integraba un archivo de inéditos salvado al menos temporalmente del olvido por esta publicación. Al comienzo del libro, tomo un par de instantáneas de la clase trabajadora y medito sobre la fugacidad de existir; desgrabo la evocación de mi primer poema (no escrito) que hice para un disco de Gabo Cuman y exploro la paradoja de retener la huella borrada, la doble pérdida que hace al concepto de “museo del viento”: un registro o recuerdo de lo perdido que a su vez se pierde y olvida. Y al final, el universo mismo es finito. Soy la suma de todos los termos que se me han ido rompiendo.

— Beatriz Vignoli
(Invierno 2023)

Museo del viento - Beatriz Vignoli

$16.500
Museo del viento - Beatriz Vignoli $16.500

En el centro de este libro hay una alegoría: la película soviética Stalker (1979). Andrei Tarkovski la rodó bajo condiciones ambientales insalubres en una central hidroeléctrica abandonada. Los primeros meses de tomas se arruinaron casi por completo; los actores –quienes guardaban la memoria de aquella primera versión perdida– fueron muriendo jóvenes como consecuencia de la radiactividad del lugar. Esa alegoría divide el libro en dos partes. La primera es bien reciente e incluye la serie “Museo del viento”. La segunda –que originalmente iba a llamarse “Infinita riqueza abandonada”– contiene textos compuestos a fines del siglo veinte en una máquina de escribir Olympia portátil bajo condiciones sociales extremas de pobreza, soledad y ostracismo. 

El imaginario distópico de Siberia condensa ambas mitades. La conservación material misma de la sección más antigua –una escritura entre la autoficción y el fatum ancestral– contradice en alguna medida mi concepto de “museo del viento”, ya que integraba un archivo de inéditos salvado al menos temporalmente del olvido por esta publicación. Al comienzo del libro, tomo un par de instantáneas de la clase trabajadora y medito sobre la fugacidad de existir; desgrabo la evocación de mi primer poema (no escrito) que hice para un disco de Gabo Cuman y exploro la paradoja de retener la huella borrada, la doble pérdida que hace al concepto de “museo del viento”: un registro o recuerdo de lo perdido que a su vez se pierde y olvida. Y al final, el universo mismo es finito. Soy la suma de todos los termos que se me han ido rompiendo.

— Beatriz Vignoli
(Invierno 2023)