Mi abuelo caníbal recorre tres generaciones y el aprendizaje del menor de los Paltsev con las figuras masculinas que lo forjaron: su abuelo, su tío y su padre. Historias de vidas entrecruzadas y que, como pesuñas, van limando y afilando la cuestión del legado familiar. Un soldado famélico; un veterinario amante del billar; un hotelero conocedor del ballet; skinheads del Parque Rivadavia; una renga seductora; un monstruo del Paraná y canciones de Creedence, piden protagonismo mientras funcionan como vigas para el narrador.  

La novela se remonta al “sitio de Leningrado” durante la Segunda Guerra Mundial con los acontecimientos que lo volvieron trágicamente célebre. Sigue en San Nicolás donde un excombatiente soviético cría solo a sus dos hijos y le enseña a su nieto cosas que, seguramente, no debería. La narración se despliega entre mataderos, pozos de tierra, teatros ilustres, mitos del litoral y un payaso del circo de Moscú, locuaz y desbocado, que tendrá su retiro al norte de la provincia de Buenos Aires. 

El modo en que las decisiones personales, lo eventual, lo ínfimo, los contextos y lo ajeno, afectan nuestra identidad reverbera y estructura este relato. Como escribiera el ucraniano Yuri Andrujovich: “el pasado nos antecede, se anticipa para prevenirnos, y en ocasiones lo consigue”. Esa idea aparece aquí sin fatalismo ni acentuaciones. Porque además de la trama —y sus moralejas inesperadas—, Mi abuelo caníbal se propaga como un virus cordial, con un terror costumbrista y un humor que juega a ser inocente. Mejor dicho, la segunda novela de Federico Lisica es como un juego, su “Elige tu propia aventura” con elementos de aquí nomás.

“El hombre ahora me lanza una papa a la cabeza. Yo le lanzo otra y empezamos juntos a hacer malabares”.

Mi abuelo caníbal - Federico Lisica

$19.500
Mi abuelo caníbal - Federico Lisica $19.500

Mi abuelo caníbal recorre tres generaciones y el aprendizaje del menor de los Paltsev con las figuras masculinas que lo forjaron: su abuelo, su tío y su padre. Historias de vidas entrecruzadas y que, como pesuñas, van limando y afilando la cuestión del legado familiar. Un soldado famélico; un veterinario amante del billar; un hotelero conocedor del ballet; skinheads del Parque Rivadavia; una renga seductora; un monstruo del Paraná y canciones de Creedence, piden protagonismo mientras funcionan como vigas para el narrador.  

La novela se remonta al “sitio de Leningrado” durante la Segunda Guerra Mundial con los acontecimientos que lo volvieron trágicamente célebre. Sigue en San Nicolás donde un excombatiente soviético cría solo a sus dos hijos y le enseña a su nieto cosas que, seguramente, no debería. La narración se despliega entre mataderos, pozos de tierra, teatros ilustres, mitos del litoral y un payaso del circo de Moscú, locuaz y desbocado, que tendrá su retiro al norte de la provincia de Buenos Aires. 

El modo en que las decisiones personales, lo eventual, lo ínfimo, los contextos y lo ajeno, afectan nuestra identidad reverbera y estructura este relato. Como escribiera el ucraniano Yuri Andrujovich: “el pasado nos antecede, se anticipa para prevenirnos, y en ocasiones lo consigue”. Esa idea aparece aquí sin fatalismo ni acentuaciones. Porque además de la trama —y sus moralejas inesperadas—, Mi abuelo caníbal se propaga como un virus cordial, con un terror costumbrista y un humor que juega a ser inocente. Mejor dicho, la segunda novela de Federico Lisica es como un juego, su “Elige tu propia aventura” con elementos de aquí nomás.

“El hombre ahora me lanza una papa a la cabeza. Yo le lanzo otra y empezamos juntos a hacer malabares”.