Escrito a partir de una investigación para el archivo biográfico familiar de Abuelas de Plaza de Mayo, el texto hace legible lo indecible de los testimonios de los sobrevivientes en torno a los desaparecidos de la Dictadura Cívico-Militar de 1976.

 

 

Narrar lo inefable es una tarea ardua y dolorosa. Lo indecible del horror de los campos de exterminio en Argentina amordazan sin tregua lo “real” de la experiencia de pérdida, pero el testigo y su testimonio, emergen de modo inminente porque una de las razones de la sobrevivencia de capturados y familiares, es reponer una memoria posible de aquellos que ya no están.

 

Giorgio Agamben al referirse al rol del testigo enuncia: “en latín hay dos palabras para referirse al testigo. La primera, testis, de la que deriva nuestro término "testigo", significa etimológicamente aquel que se sitúa como tercero (terstis) en un proceso o un litigio entre dos contendientes. La segunda, superstes, hace referencia al que ha vivido una determinada realidad, ha pasado hasta el final por un acontecimiento y está, pues, en condiciones de ofrecer un testimonio sobre él”.[i]

 

Este trabajo espinoso, difícil, pleno en dolor y pleno de responsabilidad es el que lleva a cabo Gilda Bona en Memoria en la Fragua. De este modo, los 50 testimonios convertidos en relato tienen como condición de posibilidad a ese “testigo” que ha sobrevivido con deseo y una esperanza acotada al horror de los campos, a la espera de encontrar al ser amado, al amigo, al hermano, al nieto. El dispositivo narrativo de Bona apela a una primera persona, quien da testimonio desde un lugar diverso pero no por ello menos estremecedor. El golpe bajo está ausente porque el testimonio emerge con su padecimiento infinito y aunque la evocación no sea estremecedora en términos de narrar la experiencia del horror desde dentro del campo, como una “Espina”[ii] necesita sostenerse clavada en el pecho para así, nunca olvidar a aquel/lla que no está.

 

Todos los relatos conllevan esa lápida que no se ha podido colocar en los más de los casos. El cierre de la metaforización de cada testimonio, concluye con la filiación de ese desaparecido/da, su edad o fecha de desaparición y en muchos casos los meses de gestación de la mujer torturada y asesinada, incluyendo si existe el dato certero, el lugar donde padeció hasta convertirse en recuerdo.

 

Lo realmente destacable es como la autora penetra esas vidas y nos da una semblanza breve pero tan contundente que compone en sólo 50 relatos, la cadena semántica: dictadura, dolor, tabique, desaparición, apropiación de bebés y terrorismo de Estado que devienen en una lucha que aún se perpetúa para que la Memoria siga activa y la búsqueda de todos y cada uno no se detenga.

 

En un elogio de la brevedad, repone un perfil de cada sufriente a través de amigos, padres, hermanos, que nos deja con el sabor de querer saber más pero entendiendo que es suficiente, que cada arista hecha letra en la pluma de Bona restablece una evocación para que nadie, absolutamente nadie, esté incluido o no en los 50 relatos, sea anónimo.

 

Como diría José Emilio Pacheco “No se puede perdonar, no se puede olvidar, sólo se puede narrar una y mil veces lo ya narrado para que la Memoria se active”[iii]

Memoria en la fragua - Gilda Bona

$18.000
Memoria en la fragua - Gilda Bona $18.000

Escrito a partir de una investigación para el archivo biográfico familiar de Abuelas de Plaza de Mayo, el texto hace legible lo indecible de los testimonios de los sobrevivientes en torno a los desaparecidos de la Dictadura Cívico-Militar de 1976.

 

 

Narrar lo inefable es una tarea ardua y dolorosa. Lo indecible del horror de los campos de exterminio en Argentina amordazan sin tregua lo “real” de la experiencia de pérdida, pero el testigo y su testimonio, emergen de modo inminente porque una de las razones de la sobrevivencia de capturados y familiares, es reponer una memoria posible de aquellos que ya no están.

 

Giorgio Agamben al referirse al rol del testigo enuncia: “en latín hay dos palabras para referirse al testigo. La primera, testis, de la que deriva nuestro término "testigo", significa etimológicamente aquel que se sitúa como tercero (terstis) en un proceso o un litigio entre dos contendientes. La segunda, superstes, hace referencia al que ha vivido una determinada realidad, ha pasado hasta el final por un acontecimiento y está, pues, en condiciones de ofrecer un testimonio sobre él”.[i]

 

Este trabajo espinoso, difícil, pleno en dolor y pleno de responsabilidad es el que lleva a cabo Gilda Bona en Memoria en la Fragua. De este modo, los 50 testimonios convertidos en relato tienen como condición de posibilidad a ese “testigo” que ha sobrevivido con deseo y una esperanza acotada al horror de los campos, a la espera de encontrar al ser amado, al amigo, al hermano, al nieto. El dispositivo narrativo de Bona apela a una primera persona, quien da testimonio desde un lugar diverso pero no por ello menos estremecedor. El golpe bajo está ausente porque el testimonio emerge con su padecimiento infinito y aunque la evocación no sea estremecedora en términos de narrar la experiencia del horror desde dentro del campo, como una “Espina”[ii] necesita sostenerse clavada en el pecho para así, nunca olvidar a aquel/lla que no está.

 

Todos los relatos conllevan esa lápida que no se ha podido colocar en los más de los casos. El cierre de la metaforización de cada testimonio, concluye con la filiación de ese desaparecido/da, su edad o fecha de desaparición y en muchos casos los meses de gestación de la mujer torturada y asesinada, incluyendo si existe el dato certero, el lugar donde padeció hasta convertirse en recuerdo.

 

Lo realmente destacable es como la autora penetra esas vidas y nos da una semblanza breve pero tan contundente que compone en sólo 50 relatos, la cadena semántica: dictadura, dolor, tabique, desaparición, apropiación de bebés y terrorismo de Estado que devienen en una lucha que aún se perpetúa para que la Memoria siga activa y la búsqueda de todos y cada uno no se detenga.

 

En un elogio de la brevedad, repone un perfil de cada sufriente a través de amigos, padres, hermanos, que nos deja con el sabor de querer saber más pero entendiendo que es suficiente, que cada arista hecha letra en la pluma de Bona restablece una evocación para que nadie, absolutamente nadie, esté incluido o no en los 50 relatos, sea anónimo.

 

Como diría José Emilio Pacheco “No se puede perdonar, no se puede olvidar, sólo se puede narrar una y mil veces lo ya narrado para que la Memoria se active”[iii]