Somos greda, porque al principio fuimos greda. Tierra que anda, desde la tierra que manda.
Vuelo, espina, zarpa, escama. Saurios formidables, luciérnagas haciendo ronda como bejucos. Líneas de piedra, acueductos y glifos misteriosos. Plumas para la ceremonia de la vida, hombres escudos, tembladeral de suris llamando a la lluvia, cuchillos de pedernal, collares de malaquita, urnas que nos contienen, vasija de la vida.
Somos el día fecundando la tierra, como se descubre en cada verso de este libro. El cielo dado vuelta de los wichi. Tierra pura. La huella de los milenios, la intemperie de los pies y el manto sagrado de los tocapus, luminosa simiente emergiendo de los vestigios. Y hasta el día de la semilla, las estrellas nos enjoyarán los cuencos y astillada de soledad se morirá la muerte. En el espejo del salar se mirará la luna. Y en la vida incomprensible de algún páramo inerte, danzando eones, nuestros huesos irán a fosforecer la altura.
“Hay que juntar los fuegos”, darle gota y aliento a la semilla, como bien lo dice
Rolando Galante. Su pluma de cóndor, en el rito visceral, describe en "Los vestigios de la greda" la revelación de un latido inexorable: el de nosotros, y el de nuestro rastro, el surco donde crece, incesante, la semilla.

Silvia Barrios

Los vestigios de la greda - Rolando Galante

$9.500
Los vestigios de la greda - Rolando Galante $9.500

Somos greda, porque al principio fuimos greda. Tierra que anda, desde la tierra que manda.
Vuelo, espina, zarpa, escama. Saurios formidables, luciérnagas haciendo ronda como bejucos. Líneas de piedra, acueductos y glifos misteriosos. Plumas para la ceremonia de la vida, hombres escudos, tembladeral de suris llamando a la lluvia, cuchillos de pedernal, collares de malaquita, urnas que nos contienen, vasija de la vida.
Somos el día fecundando la tierra, como se descubre en cada verso de este libro. El cielo dado vuelta de los wichi. Tierra pura. La huella de los milenios, la intemperie de los pies y el manto sagrado de los tocapus, luminosa simiente emergiendo de los vestigios. Y hasta el día de la semilla, las estrellas nos enjoyarán los cuencos y astillada de soledad se morirá la muerte. En el espejo del salar se mirará la luna. Y en la vida incomprensible de algún páramo inerte, danzando eones, nuestros huesos irán a fosforecer la altura.
“Hay que juntar los fuegos”, darle gota y aliento a la semilla, como bien lo dice
Rolando Galante. Su pluma de cóndor, en el rito visceral, describe en "Los vestigios de la greda" la revelación de un latido inexorable: el de nosotros, y el de nuestro rastro, el surco donde crece, incesante, la semilla.

Silvia Barrios