“Hacía tiempo me venía rondando la palabra ‘loquibambia’. La imaginaba en mayúscula, como el nombre de un país tan mítico como el de Jauja, igualmente feliz. Una isla voladora y sin fronteras, una especie de asentamiento transnacional que se fuera instalando al azar por sobre mar y tierra, una patria portátil para los disidentes sexuales. ¡Loquibambia!”.

María Moreno

Loquibambia puede ser leído como un compilado de aguafuertes queer donde el juego entre dominatrices y esclavos podría señalar una clave de relectura de la crisis del 2001, una crónica en forma de entrevistas sobre la estética del derrumbe en el escritor Arturito Alvarez o la decadencia argentina fotografiada por el ojo sutil de Alejandro Kuropatwa. Loquibambia puede ser una reñida reconciliación con Lemebel por las calles de Santiago, un agradecimiento a Lohana Berkins y su docencia trans-versal. ¿Cómo no leer en Loquibambia, a estas horas del mundo, la invención de un lugar que supimos conseguir a fuerza del cuerpo a cuerpo en las calles, del sudor de las fiestas, de las ollas populares humeantes de guisos, tacones, cuero, glitter y lenguaje de los bordes? ¿Cómo no reclamar un loquibambia para irnos de juerga con las locas y desterradas de este des-concierto mental y material en el que estamos?

 

Loquibambia - María Moreno

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“Hacía tiempo me venía rondando la palabra ‘loquibambia’. La imaginaba en mayúscula, como el nombre de un país tan mítico como el de Jauja, igualmente feliz. Una isla voladora y sin fronteras, una especie de asentamiento transnacional que se fuera instalando al azar por sobre mar y tierra, una patria portátil para los disidentes sexuales. ¡Loquibambia!”.

María Moreno

Loquibambia puede ser leído como un compilado de aguafuertes queer donde el juego entre dominatrices y esclavos podría señalar una clave de relectura de la crisis del 2001, una crónica en forma de entrevistas sobre la estética del derrumbe en el escritor Arturito Alvarez o la decadencia argentina fotografiada por el ojo sutil de Alejandro Kuropatwa. Loquibambia puede ser una reñida reconciliación con Lemebel por las calles de Santiago, un agradecimiento a Lohana Berkins y su docencia trans-versal. ¿Cómo no leer en Loquibambia, a estas horas del mundo, la invención de un lugar que supimos conseguir a fuerza del cuerpo a cuerpo en las calles, del sudor de las fiestas, de las ollas populares humeantes de guisos, tacones, cuero, glitter y lenguaje de los bordes? ¿Cómo no reclamar un loquibambia para irnos de juerga con las locas y desterradas de este des-concierto mental y material en el que estamos?