Escritos entre 2015 y 2019, los textos que este libro reúne forman un cuaderno de bitácora político, es decir un conjunto de anotaciones que procuran registrar las inclemencias y las injurias de un tiempo adverso. Descifrar el tiempo –siempre cifrado– en el que transcurrimos, nunca es una tarea puramente empírica ni su objeto es solo el presente sino un complejo entreverado de tiempos, una temporalidad plural, una policronía que escamotea su significado preciso a la tarea de interpretar, si despojada de un deseo, de una memoria y de una invención. Pero a su vez, deseo, memoria e invención no son cosas de las que simplemente disponemos sino efectos de un trabajo orientado a obtener una sabiduría de la derrota. Esta expresión no designa aquí una adaptación a la adversidad que se impone –al comienzo como violencia y poco a poco como banalidad–, sino exactamente a lo contrario: la construcción de un derrotero (que se conforma también –sobre todo– con la experiencia de otros, con las derrotas de otros recibidas en herencia o en memoria).

Sabiduría del error es lo que resulta de indagar la forma de una errancia, el errar anhelado por la práctica de la libertad, es decir la derrota –vocablo que proviene del francés déroute: deriva, abandono de la ruta, camino que se abre; también: “rumbo” tras perder la ruta. Por eso, “derrotero” es el libro en el que constan los rumbos, el mapa de los itinerarios y de las “derrotas” (en lenguaje naval se habla de una “derrota marina” como sinónimo de rumbo); un libro de rutas para afrontar la acechanza del naufragio, según la antigua metáfora de la existencia –y del compromiso político por tanto– concebida como navegación incierta que la expresión latina navigatio vitae recoge con exactitud. Como derrota y como errancia, el error está inscripto en la esencia de un ser cuya naturaleza es comenzar, la capacidad de comenzar siempre otra vez. Para hacerlo sin sucumbir a la repetición deberá aprender a perder, entendida esta palabra no principalmente en el sentido de “no ganar” sino de ya no tener lo que se tenía.

La sabiduría de la derrota y el aprendizaje de la pérdida establecen un régimen de afectos que nada tiene que ver con una nostalgia del pasado ni con una melancolía política, sino más bien permiten una lucidez capaz de acompañar y proteger –cuando se produzca, para que se produzca– el desencadenamiento de una imaginación común tributaria del anhelo de emancipación que retoña inexorablemente, una y otra vez.

 

Lo que no cae. Bitácora de la resistencia - Diego Tatián

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Escritos entre 2015 y 2019, los textos que este libro reúne forman un cuaderno de bitácora político, es decir un conjunto de anotaciones que procuran registrar las inclemencias y las injurias de un tiempo adverso. Descifrar el tiempo –siempre cifrado– en el que transcurrimos, nunca es una tarea puramente empírica ni su objeto es solo el presente sino un complejo entreverado de tiempos, una temporalidad plural, una policronía que escamotea su significado preciso a la tarea de interpretar, si despojada de un deseo, de una memoria y de una invención. Pero a su vez, deseo, memoria e invención no son cosas de las que simplemente disponemos sino efectos de un trabajo orientado a obtener una sabiduría de la derrota. Esta expresión no designa aquí una adaptación a la adversidad que se impone –al comienzo como violencia y poco a poco como banalidad–, sino exactamente a lo contrario: la construcción de un derrotero (que se conforma también –sobre todo– con la experiencia de otros, con las derrotas de otros recibidas en herencia o en memoria).

Sabiduría del error es lo que resulta de indagar la forma de una errancia, el errar anhelado por la práctica de la libertad, es decir la derrota –vocablo que proviene del francés déroute: deriva, abandono de la ruta, camino que se abre; también: “rumbo” tras perder la ruta. Por eso, “derrotero” es el libro en el que constan los rumbos, el mapa de los itinerarios y de las “derrotas” (en lenguaje naval se habla de una “derrota marina” como sinónimo de rumbo); un libro de rutas para afrontar la acechanza del naufragio, según la antigua metáfora de la existencia –y del compromiso político por tanto– concebida como navegación incierta que la expresión latina navigatio vitae recoge con exactitud. Como derrota y como errancia, el error está inscripto en la esencia de un ser cuya naturaleza es comenzar, la capacidad de comenzar siempre otra vez. Para hacerlo sin sucumbir a la repetición deberá aprender a perder, entendida esta palabra no principalmente en el sentido de “no ganar” sino de ya no tener lo que se tenía.

La sabiduría de la derrota y el aprendizaje de la pérdida establecen un régimen de afectos que nada tiene que ver con una nostalgia del pasado ni con una melancolía política, sino más bien permiten una lucidez capaz de acompañar y proteger –cuando se produzca, para que se produzca– el desencadenamiento de una imaginación común tributaria del anhelo de emancipación que retoña inexorablemente, una y otra vez.