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¿Es posible «contestarle» a Chatwin con Hudson en la biblioteca móvil? Con La pasión extranjera procuré darle una vuelta irónica a los tópicos del libro de viajes, a esa mirada imperativa que arrancó con Pigafetta y persiste con libros de «viajes» que ya saben lo que encontrarán antes de partir.

Como había hecho para escribir Música desconocida para viajes -acerca de lugares perdidos en la Patagonia y otros países de América- en Gran Bretaña y Europa en general visité lugares que existen y no existen al mismo tiempo.

Estuve en antiguas comunidades mineras, destripadas por el Thatcherismo salvaje; pueblos «franquicia» con sus calles principales de cafeterías-franquicia; y los espacios abiertos de los moors de Yorkshire. Encontré los palimpsestos del desarrollo, ciudades que se borran, un pasado reciente que todos quieren olvidar.

Encontré el museo de la lucha de clases y los restos de una idea de Europa.
Si en Música había recorrido el campo de prueba o conejillo de indias de una América bajo condiciones de shock económico, en este libro quise ver el espejo europeo de la destrucción neoliberal, aquello que escapa a los ojos del turista que festeja los monumentos con que Europa se celebra a sí misma y se lleva postales de su propio desamparo.

Por eso, apunto a una «teoría del viaje» surgida de mis recorridos aleatorios por «las entrañas de la bestia». No se trata de una mera inversión de las relaciones (neo) coloniales de poder, sino de intentar un libro de viajes conceptuales.

¿Qué es viajar? ¿Por qué viajar? ¿Con qué fin o motivo? Entre lo ordenado – museo, biblioteca, teoría – y lo improvisado – azar, viaje, vagabundear – uno se coloca en la cuerda floja para intentar un cruce.

Mi libro explora las nociones de pertenecer, de sentirse en el lugar «de origen», y la relación entre un espacio físico y la imagen que uno tiene de sí mismo, de su cultura, etc.

¿Qué significaría ser nómade, cuando las necesidades económicas y guerras fratricidas convierten, cada día, a miles de seres humanos en migrantes forzados?

¿Y cómo se puede viajar – «huir del día utilitario» y del «recorrido previsible»- en la época del turismo masivo? ¿Es posible volver, sin repetir el sentido prefigurado durante siglos?

Quise centrarme en lo que sobra, o lo que queda, de estos cambios en los sitios de desarrollo capitalista, en particular en los restos del experimento neoliberal en la Argentina pero también en Europa. Por eso escribo que los europeos «se odian en nosotros».

«Las obras herméticas imponen más crítica sobre lo existente que las que, en los intereses de la crítica social inteligible, se dedican a las formas conciliadoras y silenciosamente reconocen la floreciente industria cultural», escribió Adorno.

En mi caso elegí el tono llano, a veces sin emoción, y procuré evitar todo tono de «denuncia» o la didáctica de algunos textos políticos. Me interesan los efectos realistas pero relatados con un tono levemente melancólico. Ojalá alcanzara lo que llamó Rancière «la sobriedad de la mirada documental que rehúsa el pathos humanista» y mis textos alejen a posibles lectores de su marco interpretativo preexistente.

La pasión extranjera - Cristian Aliaga

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¿Es posible «contestarle» a Chatwin con Hudson en la biblioteca móvil? Con La pasión extranjera procuré darle una vuelta irónica a los tópicos del libro de viajes, a esa mirada imperativa que arrancó con Pigafetta y persiste con libros de «viajes» que ya saben lo que encontrarán antes de partir.

Como había hecho para escribir Música desconocida para viajes -acerca de lugares perdidos en la Patagonia y otros países de América- en Gran Bretaña y Europa en general visité lugares que existen y no existen al mismo tiempo.

Estuve en antiguas comunidades mineras, destripadas por el Thatcherismo salvaje; pueblos «franquicia» con sus calles principales de cafeterías-franquicia; y los espacios abiertos de los moors de Yorkshire. Encontré los palimpsestos del desarrollo, ciudades que se borran, un pasado reciente que todos quieren olvidar.

Encontré el museo de la lucha de clases y los restos de una idea de Europa.
Si en Música había recorrido el campo de prueba o conejillo de indias de una América bajo condiciones de shock económico, en este libro quise ver el espejo europeo de la destrucción neoliberal, aquello que escapa a los ojos del turista que festeja los monumentos con que Europa se celebra a sí misma y se lleva postales de su propio desamparo.

Por eso, apunto a una «teoría del viaje» surgida de mis recorridos aleatorios por «las entrañas de la bestia». No se trata de una mera inversión de las relaciones (neo) coloniales de poder, sino de intentar un libro de viajes conceptuales.

¿Qué es viajar? ¿Por qué viajar? ¿Con qué fin o motivo? Entre lo ordenado – museo, biblioteca, teoría – y lo improvisado – azar, viaje, vagabundear – uno se coloca en la cuerda floja para intentar un cruce.

Mi libro explora las nociones de pertenecer, de sentirse en el lugar «de origen», y la relación entre un espacio físico y la imagen que uno tiene de sí mismo, de su cultura, etc.

¿Qué significaría ser nómade, cuando las necesidades económicas y guerras fratricidas convierten, cada día, a miles de seres humanos en migrantes forzados?

¿Y cómo se puede viajar – «huir del día utilitario» y del «recorrido previsible»- en la época del turismo masivo? ¿Es posible volver, sin repetir el sentido prefigurado durante siglos?

Quise centrarme en lo que sobra, o lo que queda, de estos cambios en los sitios de desarrollo capitalista, en particular en los restos del experimento neoliberal en la Argentina pero también en Europa. Por eso escribo que los europeos «se odian en nosotros».

«Las obras herméticas imponen más crítica sobre lo existente que las que, en los intereses de la crítica social inteligible, se dedican a las formas conciliadoras y silenciosamente reconocen la floreciente industria cultural», escribió Adorno.

En mi caso elegí el tono llano, a veces sin emoción, y procuré evitar todo tono de «denuncia» o la didáctica de algunos textos políticos. Me interesan los efectos realistas pero relatados con un tono levemente melancólico. Ojalá alcanzara lo que llamó Rancière «la sobriedad de la mirada documental que rehúsa el pathos humanista» y mis textos alejen a posibles lectores de su marco interpretativo preexistente.