Quienes nos reconocemos, todavía, en aquel Manifiesto de 1848, no solo porque pensamos que el capitalismo es el nombre del suicidio de la humanidad sino también porque entendemos que la solución radicaría, sobre todo, en una apropiación colectiva de los medios productivos, tenemos trabajo por delante: ¿cómo podemos seguir siendo comunistas sin adherir a la apología del imperialismo modernizador, la barbarie calculadora y las premisas epistémicas de la primera parte de ese texto? Cuando Walter Benjamin deploraba el mesianismo progresista de la socialdemocracia e imaginaba la revolución como un freno de emergencia que detenía el tren capitalista, aludía a esta cuestión. Y cuando Grüner encuentra hoy un “punto de cruce” entre la “cuestión de la técnica” de Heidegger y la “razón instrumental” de Adorno no sugiere algo diferente. No sabemos hoy si el freno existe, pero la emergencia, sí, seguro.

La obsesión del origen - Eduardo Grüner

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Quienes nos reconocemos, todavía, en aquel Manifiesto de 1848, no solo porque pensamos que el capitalismo es el nombre del suicidio de la humanidad sino también porque entendemos que la solución radicaría, sobre todo, en una apropiación colectiva de los medios productivos, tenemos trabajo por delante: ¿cómo podemos seguir siendo comunistas sin adherir a la apología del imperialismo modernizador, la barbarie calculadora y las premisas epistémicas de la primera parte de ese texto? Cuando Walter Benjamin deploraba el mesianismo progresista de la socialdemocracia e imaginaba la revolución como un freno de emergencia que detenía el tren capitalista, aludía a esta cuestión. Y cuando Grüner encuentra hoy un “punto de cruce” entre la “cuestión de la técnica” de Heidegger y la “razón instrumental” de Adorno no sugiere algo diferente. No sabemos hoy si el freno existe, pero la emergencia, sí, seguro.