El admirable título que dio Juan Bautista Rivarola Matto a esta novela resume el sentido y el espíritu de la misma. Porque allí se encuentra el destino de un país cercado por la historia, cercado por sus antiguas y profundas orfandades, una Isla sin mar condenada a guardar su singularidad de espaldas al mundo.

Un país condenado por esa mediterraneidad que parece trascender todo lo físico y se proyecta hasta las fuerzas míticas que laten en el alma y la vida de su gente. Una y mil veces zarandeado por la codicia que arribó alguna vez  a sus tierras, condenado a mirarse en el espejo de una profunda soledad.

Este es el conmovedor fresco que ha pintado Rivarola Matto en una obra con la cual completó el círculo magistral de una serie que quedará en la historia de la novela paraguaya como una estela fulgurante, como un modelo que alguna vez conocerá el merecido reconocimiento. Una Isla sin mar con la cual dio los trazos definitivos, finales, a ese paisaje enorme, complejo, terriblemente humano, reunido posteriormente en Bandera sobre las tumbas.

Aludiendo desde el mismo título a la utopía  que ha marcado su sino, en estas páginas camina un pueblo que ha buscado desde los más lejanos tiempos hasta hoy, la soñada Tierra sin Mal. (Susy Delgado).