La isla blanca narra la historia de un náufrago que tiene como campo visual el cielo y el horizonte. Paralelamente, el libro cuenta el proceso introspectivo del protagonista que constata un aprendizaje: “el milagro de la supervivencia”. Observar las nubes como signos remite a un orden semiótico que el náufrago necesita explorar. La isla en la que habita —dinámica, insumisa— tal vez sea el mapa holográfico de su propia existencia. La poesía de Surce habla de un margen visual y mental mediante un lenguaje sin excrecencia. Parece

paradójico este procedimiento en el que forma y contenido tensan entre sí. Minuciosa, detallista, la lengua poética deviene un dispositivo de datos y de hechos precisos en el que los sueños y la razón pueden ser alojados. Sin embargo, las peripecias narradas apelan, sobre todo, a la imaginación como elemento sustancial. La reminiscencia artística de La invención de Morel y de la serie televisiva Lost, las referencias a Defoe, Carroll, Cicerón y Nietzsche dibujan un palimpsesto que se rige por una lógica extraña y lúcida que es fiel a su propio magnetismo.

Carlos Battilana