La guerra ha comenzado. Nadie sabe dónde ni cómo, pero es así. Está detrás de la cabeza, hoy, ha abierto la boca detrás de la cabeza, y sopla. La guerra de los crímenes y los insultos, la furia de las miradas, la explosión del pensamiento de los cerebros. Está allí, abierta sobre el mundo, cubriéndolo con su red de hilos eléctricos. Cada segundo progresa, arranca algo y lo reduce a cenizas. Todo le sirve para golpear. Tiene infinidad de colmillos, uñas y picos. Nadie quedará en pie hasta el final. Nadie será perdonado. Así es. Es el ojo de la verdad.

Cuando es de día golpea con la luz. Y de noche, se sirve de la marea de su sombra, de su frío, de su silencio.

La guerra está en marcha para durar diez mil años, para durar más largo tiempo que la historia de los hombres. No hay huida posible, no hay paso atrás. Nosotros estamos con la frente inclinada ante la guerra, nuestros cuerpos van a servir de blanco a las balas. El sable agudo busca las gargantas y los corazones, a veces los vientres, para hurgar. La arena tiene sed de sangre.

J. M. G. Le Clézio

La guerra - J. M. G. Le Clézio

$18.500
La guerra - J. M. G. Le Clézio $18.500

La guerra ha comenzado. Nadie sabe dónde ni cómo, pero es así. Está detrás de la cabeza, hoy, ha abierto la boca detrás de la cabeza, y sopla. La guerra de los crímenes y los insultos, la furia de las miradas, la explosión del pensamiento de los cerebros. Está allí, abierta sobre el mundo, cubriéndolo con su red de hilos eléctricos. Cada segundo progresa, arranca algo y lo reduce a cenizas. Todo le sirve para golpear. Tiene infinidad de colmillos, uñas y picos. Nadie quedará en pie hasta el final. Nadie será perdonado. Así es. Es el ojo de la verdad.

Cuando es de día golpea con la luz. Y de noche, se sirve de la marea de su sombra, de su frío, de su silencio.

La guerra está en marcha para durar diez mil años, para durar más largo tiempo que la historia de los hombres. No hay huida posible, no hay paso atrás. Nosotros estamos con la frente inclinada ante la guerra, nuestros cuerpos van a servir de blanco a las balas. El sable agudo busca las gargantas y los corazones, a veces los vientres, para hurgar. La arena tiene sed de sangre.

J. M. G. Le Clézio