La traducción no es –nunca lo fue– un asunto de lenguas. O, dicho de otra manera, no es solo eso. Es, obviamente, una cuestión lingüística pero también política, cultural, filosófica, ética. Martín Gaspar agrega otra más: la traducción es una cuestión de temperamentos. Porque siempre que hay traducción hay traductores. Es decir personajes que se juegan en ese acto una subjetividad, una postura ante el mundo y hasta una necesidad de sobrevivir (económicamente o como seres vivos). En ese deslizamiento de la traducción al traductor, y de la observación que en las ficciones contemporáneas la presencia del personaje que traduce insiste en reaparecer, consiste el primer hallazgo de La condición traductora de Martín Gaspar. Con esa idea sencilla y reveladora, comienza un recorrido que nos lleva de João Gilberto Noll a Marcelo Cohen, de Mario Bellatín a Chico Buarque, de Alan Pauls a Santiago Nazarian. De la literatura contemporánea, Gaspar pasa a hacer una excelente genealogía de la traducción en América Latina que vincula escritores diversos en tanto personajes traductores: de Sarmiento a Haroldo de Campos, de Borges a Rubén Darío, de Cortázar a Alencar. Una historia cultural de la traducción en América Latina.

Una vez que parece terminar el camino, la salida de una curva cerrada –como si fuera un retablo barroco– nos revela un nuevo paisaje: un personaje inesperado pero único, un monstruo traductor que es producto de las literaturas menores pero también de la inventiva del autor de este libro. Se trata de Julio Vacarezza, traductor más o menos secreto de la colección Robin Hood que todos leímos cuando éramos niños. Fue nuestro primer héroe traductor y el último que llegamos a conocer gracias a esa yapa que nos regala Martín Gaspar.

A partir de ahora, La condición traductora se convierte en un libro imprescindible y fundamental para entender ese “rastro irreductible” que es el acto de traducir, tan decisivo en las operaciones de globalización y en la apertura cosmopolita, tan propio de las novelas contemporáneas como de la historia de un continente que nació con la traducción.

Gonzalo Aguilar

La condición traductora - Martín Gaspar

$18.770
La condición traductora - Martín Gaspar $18.770

La traducción no es –nunca lo fue– un asunto de lenguas. O, dicho de otra manera, no es solo eso. Es, obviamente, una cuestión lingüística pero también política, cultural, filosófica, ética. Martín Gaspar agrega otra más: la traducción es una cuestión de temperamentos. Porque siempre que hay traducción hay traductores. Es decir personajes que se juegan en ese acto una subjetividad, una postura ante el mundo y hasta una necesidad de sobrevivir (económicamente o como seres vivos). En ese deslizamiento de la traducción al traductor, y de la observación que en las ficciones contemporáneas la presencia del personaje que traduce insiste en reaparecer, consiste el primer hallazgo de La condición traductora de Martín Gaspar. Con esa idea sencilla y reveladora, comienza un recorrido que nos lleva de João Gilberto Noll a Marcelo Cohen, de Mario Bellatín a Chico Buarque, de Alan Pauls a Santiago Nazarian. De la literatura contemporánea, Gaspar pasa a hacer una excelente genealogía de la traducción en América Latina que vincula escritores diversos en tanto personajes traductores: de Sarmiento a Haroldo de Campos, de Borges a Rubén Darío, de Cortázar a Alencar. Una historia cultural de la traducción en América Latina.

Una vez que parece terminar el camino, la salida de una curva cerrada –como si fuera un retablo barroco– nos revela un nuevo paisaje: un personaje inesperado pero único, un monstruo traductor que es producto de las literaturas menores pero también de la inventiva del autor de este libro. Se trata de Julio Vacarezza, traductor más o menos secreto de la colección Robin Hood que todos leímos cuando éramos niños. Fue nuestro primer héroe traductor y el último que llegamos a conocer gracias a esa yapa que nos regala Martín Gaspar.

A partir de ahora, La condición traductora se convierte en un libro imprescindible y fundamental para entender ese “rastro irreductible” que es el acto de traducir, tan decisivo en las operaciones de globalización y en la apertura cosmopolita, tan propio de las novelas contemporáneas como de la historia de un continente que nació con la traducción.

Gonzalo Aguilar