En un departamento de Constitución la abuela Olga murió. Y “por un segundo / el mundo fue solo una explosión lenta / de residuos de mi abuela sobre la vereda”. No hay piedad: los muertos nos dejan todo tirado. ¿Con qué se quedó Gabriel Yeannoteguy en la repartija? Con la voz de la abuela. Los poetas son arqueólogos de familias. Grabaciones encontradas, poemas encontrados, balas, dentaduras, boletas, ropa. Pero dejame su voz. Si los poetas pertenecen, como lee Heidegger, a un mundo intermedio “entre los dioses y el pueblo”, en estos poemas el pueblo no existe más y la diosa habló. Tenemos la comprobación. Olga cuenta su vida, la de un siglo muerto, la explosión lenta, el hongo atómico en las lenguas, “caramba, también habla alemán”, vida pesada y murga hasta la disolución nacional. Somos nietos de mujeres que se llevaron el país a la tumba. Gabriel, como un asaltante del dólar barato, registra también sus propios viajes por Europa o La Gran Manzana, paseos por galerías, puestos de comida, museos, voces de runfla migrante. Pero al viajero lo forjó esa abuela: va a conocer por fuera lo que ella lleva adentro. Gabriel escucha, recoge del río pepitas de oro, las memorias de niña proletaria, las de los que hicieron el país. Y los poemas se guardan como una dentadura en un vaso de agua: preservan la mordida de esa mujer. ¡Y hay un diente de oro!
Martín Rodríguez

La comprobación - Gabriel Yeannoteguy

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En un departamento de Constitución la abuela Olga murió. Y “por un segundo / el mundo fue solo una explosión lenta / de residuos de mi abuela sobre la vereda”. No hay piedad: los muertos nos dejan todo tirado. ¿Con qué se quedó Gabriel Yeannoteguy en la repartija? Con la voz de la abuela. Los poetas son arqueólogos de familias. Grabaciones encontradas, poemas encontrados, balas, dentaduras, boletas, ropa. Pero dejame su voz. Si los poetas pertenecen, como lee Heidegger, a un mundo intermedio “entre los dioses y el pueblo”, en estos poemas el pueblo no existe más y la diosa habló. Tenemos la comprobación. Olga cuenta su vida, la de un siglo muerto, la explosión lenta, el hongo atómico en las lenguas, “caramba, también habla alemán”, vida pesada y murga hasta la disolución nacional. Somos nietos de mujeres que se llevaron el país a la tumba. Gabriel, como un asaltante del dólar barato, registra también sus propios viajes por Europa o La Gran Manzana, paseos por galerías, puestos de comida, museos, voces de runfla migrante. Pero al viajero lo forjó esa abuela: va a conocer por fuera lo que ella lleva adentro. Gabriel escucha, recoge del río pepitas de oro, las memorias de niña proletaria, las de los que hicieron el país. Y los poemas se guardan como una dentadura en un vaso de agua: preservan la mordida de esa mujer. ¡Y hay un diente de oro!
Martín Rodríguez