El erotismo como un mecanismo de disturbio cultural. Eso se propone la autora en este libro. Porque la sexualidad, el deseo, la fuente intrínseca que nos moviliza siempre es una fuerza de ruptura y transformación que puede paralizarnos y aterrorizarnos al mismo tiempo que liberarnos.

Fragmento

Nos contaban la historia de la Chicha de la misma manera que a mi abuela la del hombre de la bolsa: para asustarnos. Cuando nos veían husmeando en algún libro de la biblioteca, cuando cerrábamos la puerta del cuarto, cuando tardábamos demasiado en la ducha, cuando el regreso del colegio duraba más de lo acordado.
A mí la historia de la señora pelada de gigante vulva me causaba más intriga que temor. No porque fuera valiente ni nada que se le parezca. Puedo contar con los dedos de una mano los miedos que se apoderaban de mí cuando era chica y que hoy he superado. Le tengo miedo al miedo, me temo a mí misma.
Cada vez que me aleccionaban con el cuento las imágenes se aparecían: cambiaban de forma de relato a relato, se multiplicaban vez a vez. La noche me encontraba pensando en ella. Me desvelaba imaginando su crisma pelada, la textura de su piel maltratada por la intemperie y la vida nómade, sus ojos rojos y achinados, el torso chato, las tetillas pequeñas, las piernas chuecas, su andar similar a un batracio lisiado y viejo. En mis sueños esa representación variaba: en ocasiones, sus tetas eran tan grandes que llegaban a rozar su vulva y a veces tenía orejas de elfo o pies largos y flacos. Pero lo que no me dejaba conciliar el sueño era la parte de su cuerpo que la había convertido en mito: su vulva.

La Chicha y otras eróticas - Camila Roccatagliata

$3.500
La Chicha y otras eróticas - Camila Roccatagliata $3.500

El erotismo como un mecanismo de disturbio cultural. Eso se propone la autora en este libro. Porque la sexualidad, el deseo, la fuente intrínseca que nos moviliza siempre es una fuerza de ruptura y transformación que puede paralizarnos y aterrorizarnos al mismo tiempo que liberarnos.

Fragmento

Nos contaban la historia de la Chicha de la misma manera que a mi abuela la del hombre de la bolsa: para asustarnos. Cuando nos veían husmeando en algún libro de la biblioteca, cuando cerrábamos la puerta del cuarto, cuando tardábamos demasiado en la ducha, cuando el regreso del colegio duraba más de lo acordado.
A mí la historia de la señora pelada de gigante vulva me causaba más intriga que temor. No porque fuera valiente ni nada que se le parezca. Puedo contar con los dedos de una mano los miedos que se apoderaban de mí cuando era chica y que hoy he superado. Le tengo miedo al miedo, me temo a mí misma.
Cada vez que me aleccionaban con el cuento las imágenes se aparecían: cambiaban de forma de relato a relato, se multiplicaban vez a vez. La noche me encontraba pensando en ella. Me desvelaba imaginando su crisma pelada, la textura de su piel maltratada por la intemperie y la vida nómade, sus ojos rojos y achinados, el torso chato, las tetillas pequeñas, las piernas chuecas, su andar similar a un batracio lisiado y viejo. En mis sueños esa representación variaba: en ocasiones, sus tetas eran tan grandes que llegaban a rozar su vulva y a veces tenía orejas de elfo o pies largos y flacos. Pero lo que no me dejaba conciliar el sueño era la parte de su cuerpo que la había convertido en mito: su vulva.