Nunca en mis nueve años de residencia en Buenos Aires me sentí más chileno que cuando estuve escribiendo La caída del Jaguar, pero a la vez —y aquí había una obvia paradoja— observaba la realidad de mi país como un extranjero, es decir el estallido me hizo ser consciente de que era extranjero en Argentina y en Chile. Esa extranjeridad me llevó a viajar a Chile y escribir los hechos de mi país —ahí me di cuenta de que tenía dos países— como si hubieran estado esperando que fueran escritos, como si la experiencia literaria fuera un pozo desde donde sólo había que alargar la mano y abrevar.
Gonzalo León

El cronista se halla en el interior de los acontecimientos, en las vísceras del levantamiento. Pero su logro mayor es que mantiene un estilo en la crónica que, sin que nunca parezca exento de dolor y honda preocupación por el destino de Chile, ejerce una suerte de derecho al desapego. Es lógico, pues esta es una de las precondiciones de un relato donde hay angustia y sangre, pero ni una ni la otra escriben por sí mismas. La angustia haría temblar el pulso y la razón literaria. La sangre daría una coloratura a lo escrito, pero solo podrían combinarse con ese lamento, que al final impediría que se conozca cabalmente el hilo que mueve a esas figuras que van y vienen de Plaza Dignidad.
Extracto del prólogo de Horacio González

La caída del Jaguar. Crónica del estallido social en Chile - Gonzalo León

$20.500
La caída del Jaguar. Crónica del estallido social en Chile - Gonzalo León $20.500

Nunca en mis nueve años de residencia en Buenos Aires me sentí más chileno que cuando estuve escribiendo La caída del Jaguar, pero a la vez —y aquí había una obvia paradoja— observaba la realidad de mi país como un extranjero, es decir el estallido me hizo ser consciente de que era extranjero en Argentina y en Chile. Esa extranjeridad me llevó a viajar a Chile y escribir los hechos de mi país —ahí me di cuenta de que tenía dos países— como si hubieran estado esperando que fueran escritos, como si la experiencia literaria fuera un pozo desde donde sólo había que alargar la mano y abrevar.
Gonzalo León

El cronista se halla en el interior de los acontecimientos, en las vísceras del levantamiento. Pero su logro mayor es que mantiene un estilo en la crónica que, sin que nunca parezca exento de dolor y honda preocupación por el destino de Chile, ejerce una suerte de derecho al desapego. Es lógico, pues esta es una de las precondiciones de un relato donde hay angustia y sangre, pero ni una ni la otra escriben por sí mismas. La angustia haría temblar el pulso y la razón literaria. La sangre daría una coloratura a lo escrito, pero solo podrían combinarse con ese lamento, que al final impediría que se conozca cabalmente el hilo que mueve a esas figuras que van y vienen de Plaza Dignidad.
Extracto del prólogo de Horacio González