Tal como escribe Ana Pelegrín en La flor de las maravillas, donde confiesa que el propósito central de su investigación es indagar sobre “los elementos básicos de la poesía oral en el juego infantil”, Gallone apela a retruécanos y dislates de la tradición oral (o inventados por él) al recorrer un enorme espectro lingüístico para presentarnos el extraño encuentro entre el mayor poeta de lengua portuguesa y el célebre ocultista Aleister Crowley, un día de 1930, el 2 de septiembre precisa el cronista, quien llegó a Lisboa a bordo del buque Alcántara. Juego, eficacia narrativa, una buena dosis de humor y una inusual riqueza prosódica, encontramos en esta obra que merece calificarse de gran novela.

En sus cuatro partes se alternan personajes varios, pero creo que el mayor de ellos (y no puedo escribir esto sin una nota de duda) es el propio cronista, como en la mejor tradición de las “crónicas de Indias”, pero con una función peculiar: “…no hay cronista o narrador que no sea, en el fondo de su alma y en lo profundo de su puerilidad, un sentimental, rasgo constitutivo de carácter que lo impulsa a prohijar a cada uno de sus personajes por menor o subsidiario que sea el lugar que ocupa en la Historia grande”. Sin embargo, el cronista no es sólo quien hace “revivir” a Pessoa, sino que es aquel que permite dotar de “ensueño” a una narración que, de otro modo, se perdería irrevocablemente en el desierto de la triste realidad.

 

La boca del infierno - Osvaldo Gallone

$21.480
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Tal como escribe Ana Pelegrín en La flor de las maravillas, donde confiesa que el propósito central de su investigación es indagar sobre “los elementos básicos de la poesía oral en el juego infantil”, Gallone apela a retruécanos y dislates de la tradición oral (o inventados por él) al recorrer un enorme espectro lingüístico para presentarnos el extraño encuentro entre el mayor poeta de lengua portuguesa y el célebre ocultista Aleister Crowley, un día de 1930, el 2 de septiembre precisa el cronista, quien llegó a Lisboa a bordo del buque Alcántara. Juego, eficacia narrativa, una buena dosis de humor y una inusual riqueza prosódica, encontramos en esta obra que merece calificarse de gran novela.

En sus cuatro partes se alternan personajes varios, pero creo que el mayor de ellos (y no puedo escribir esto sin una nota de duda) es el propio cronista, como en la mejor tradición de las “crónicas de Indias”, pero con una función peculiar: “…no hay cronista o narrador que no sea, en el fondo de su alma y en lo profundo de su puerilidad, un sentimental, rasgo constitutivo de carácter que lo impulsa a prohijar a cada uno de sus personajes por menor o subsidiario que sea el lugar que ocupa en la Historia grande”. Sin embargo, el cronista no es sólo quien hace “revivir” a Pessoa, sino que es aquel que permite dotar de “ensueño” a una narración que, de otro modo, se perdería irrevocablemente en el desierto de la triste realidad.