Pensar la infancia como enigma y no como etapa es el camino que despliega INFANCIA Y CEGUERA. Sin embargo, aquí el enigma no es lo que permanece fuera de un saber. No es algo misterioso que no podría ser dilucidado: es el enigma del saber, lo que lo explica hasta en su origen infante. INFANCIA Y CEGUERA se caracteriza en efecto por un doble gesto, un doble desplazamiento respecto a la tradición filosófica: uno concierne a la comprensión de la infancia; el otro, a la comprensión del saber.
Uno nos conduce a pensar que la infancia no es lo que se comprende negativamente desde la adultez. Infancia no remite al infans, a la etapa privada aún de palabra. Es apnea, angustia, respiración que se conoce desde su precariedad e incertidumbre. La infancia es entonces la incertidumbre de la vida, más que un problema de lenguaje, de adultez, que necesita remontar su origen silencioso. En INFANCIA Y CEGUERA, el infans no es silencio, sino grito vital; y es el nerviosismo de que este grito ocurra a fin de que la respiración se produzca. Es de-mora, más que venida. Es intranquilidad y no solo felicidad. De alguna manera, el infante experimenta las tinieblas antes que sean separadas de la luz. La infancia no es el tiempo de la inmadurez que se beneficia de la protección del mundo adulto; es la incertidumbre de la vida que de-mora, que aún no se arraiga a sí misma, y que por lo mismo des-plaza al mismo tiempo que requiere un lugar, unos brazos que buscan hacer posible la vida.
El otro gesto de INFANCIA Y CEGUERA nos lleva a comprender de una nueva manera el saber a la luz de la infancia, y, más precisamente, a la luz de la ceguera de la infancia. Si la infancia es irrupción y no mera venida, si es angustia vital y no silencio carente de lenguaje, entonces el saber siempre será apuntado por la infancia, como por un saber que excede la luz de una teoría ya dada. Sin embargo, no se trata de pensar la infancia como misterio inaccesible. La infancia es praxis, tanteo a ciegas, inmersión corporal en el mundo que lleva a la progresiva apertura de los ojos, a la formación de retinas que harán posible la filtración de la luz. La infancia es por lo mismo el enigma del saber; es su origen, no silente, sino vital.

Infancia y ceguera - Carlos Casanova

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Pensar la infancia como enigma y no como etapa es el camino que despliega INFANCIA Y CEGUERA. Sin embargo, aquí el enigma no es lo que permanece fuera de un saber. No es algo misterioso que no podría ser dilucidado: es el enigma del saber, lo que lo explica hasta en su origen infante. INFANCIA Y CEGUERA se caracteriza en efecto por un doble gesto, un doble desplazamiento respecto a la tradición filosófica: uno concierne a la comprensión de la infancia; el otro, a la comprensión del saber.
Uno nos conduce a pensar que la infancia no es lo que se comprende negativamente desde la adultez. Infancia no remite al infans, a la etapa privada aún de palabra. Es apnea, angustia, respiración que se conoce desde su precariedad e incertidumbre. La infancia es entonces la incertidumbre de la vida, más que un problema de lenguaje, de adultez, que necesita remontar su origen silencioso. En INFANCIA Y CEGUERA, el infans no es silencio, sino grito vital; y es el nerviosismo de que este grito ocurra a fin de que la respiración se produzca. Es de-mora, más que venida. Es intranquilidad y no solo felicidad. De alguna manera, el infante experimenta las tinieblas antes que sean separadas de la luz. La infancia no es el tiempo de la inmadurez que se beneficia de la protección del mundo adulto; es la incertidumbre de la vida que de-mora, que aún no se arraiga a sí misma, y que por lo mismo des-plaza al mismo tiempo que requiere un lugar, unos brazos que buscan hacer posible la vida.
El otro gesto de INFANCIA Y CEGUERA nos lleva a comprender de una nueva manera el saber a la luz de la infancia, y, más precisamente, a la luz de la ceguera de la infancia. Si la infancia es irrupción y no mera venida, si es angustia vital y no silencio carente de lenguaje, entonces el saber siempre será apuntado por la infancia, como por un saber que excede la luz de una teoría ya dada. Sin embargo, no se trata de pensar la infancia como misterio inaccesible. La infancia es praxis, tanteo a ciegas, inmersión corporal en el mundo que lleva a la progresiva apertura de los ojos, a la formación de retinas que harán posible la filtración de la luz. La infancia es por lo mismo el enigma del saber; es su origen, no silente, sino vital.