En la voz de Pablo Ottonello caben por lo menos tantas voces como cuentos tiene El verano de los peces muertos: un territorio al borde de sí mismo -de su propio abismo, de su fin- que simultáneamente se abre como un mapa de potencias y puentes, como si quisiera responder a la pregunta de ¿quién sabe lo que puede una voz? Puede mucho, parece. Y va a poder más: autor y editor parecen haber decidido desplegar esos indicios en este volumen. Voy a tomar, por la ubicación nomás, y por lo escueto del género contratapa, el primero y el último. En Klimowicz hay un neurólogo que comienza a descubrir su amor como uno de esos viajeros naturalistas describían a los pueblos del nuevo mundo que recorrían con afán de recolectar y sistematizar conocimiento. Un hombre que narra desde un marco teórico sólido hasta que su amor pierde -o encuentra- el norte, y al científico se le fisura el edificio y el relato empieza a construir una grieta como quien construye los restos del incendio. También, pero ya sin marco biologicista, construye restos el último relato, el que le da el nombre al libro: lo que deja el boom sojero y sus plaguicidas, narrado desde el punto de vista de un cineasta que está buscando un guión y lo escribe en el marco del relato de sus extrañas vacaciones de fin de mundo. El verano de los peces muertos es el collage polifónico de una descomposición. La nuestra. // Gabriela Cabezón Cámara

El verano de los peces muertos - Pablo Ottonello

$19.500
El verano de los peces muertos - Pablo Ottonello $19.500

En la voz de Pablo Ottonello caben por lo menos tantas voces como cuentos tiene El verano de los peces muertos: un territorio al borde de sí mismo -de su propio abismo, de su fin- que simultáneamente se abre como un mapa de potencias y puentes, como si quisiera responder a la pregunta de ¿quién sabe lo que puede una voz? Puede mucho, parece. Y va a poder más: autor y editor parecen haber decidido desplegar esos indicios en este volumen. Voy a tomar, por la ubicación nomás, y por lo escueto del género contratapa, el primero y el último. En Klimowicz hay un neurólogo que comienza a descubrir su amor como uno de esos viajeros naturalistas describían a los pueblos del nuevo mundo que recorrían con afán de recolectar y sistematizar conocimiento. Un hombre que narra desde un marco teórico sólido hasta que su amor pierde -o encuentra- el norte, y al científico se le fisura el edificio y el relato empieza a construir una grieta como quien construye los restos del incendio. También, pero ya sin marco biologicista, construye restos el último relato, el que le da el nombre al libro: lo que deja el boom sojero y sus plaguicidas, narrado desde el punto de vista de un cineasta que está buscando un guión y lo escribe en el marco del relato de sus extrañas vacaciones de fin de mundo. El verano de los peces muertos es el collage polifónico de una descomposición. La nuestra. // Gabriela Cabezón Cámara