Etnología de sí mismo

Tener más edad es experimentar nuevas relaciones humanas: es un privilegio que muchos no conocerán. También, para algunos, es el momento que sólo habían imaginado al preguntarse qué sentirían sus mayores, alcanzarlos, en algún sentido, y por lo tanto relativizar la distancia entre generaciones. La vejez tal vez sabe algo en definitiva: no hay que hacer una montaña de un grano de arena. La vejez es como el exotismo: los otros vistos de lejos por ignorantes. La vejez no existe. El tiempo en el que se empapa la edad avanzada no es la suma acumulada y ordenada de los acontecimientos del pasado. Es un tiempo palimpsesto; todo lo que está escrito en él no se encuentra y sucede que las escrituras más antiguas son las más fáciles de sacar a la luz. La enfermedad de Alzheimer no es sino una aceleración del proceso natural de selección por el olvido al término del cual resulta que las imágenes más tenaces, cuando no las más fieles, son a menudo las de la infancia. Nos alegremos o lo deploremos, esta comprobación implica una parte de crueldad y hay que admitirlo: todo el mundo muere joven.

El tiempo sin edad - Marc Augé

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Etnología de sí mismo

Tener más edad es experimentar nuevas relaciones humanas: es un privilegio que muchos no conocerán. También, para algunos, es el momento que sólo habían imaginado al preguntarse qué sentirían sus mayores, alcanzarlos, en algún sentido, y por lo tanto relativizar la distancia entre generaciones. La vejez tal vez sabe algo en definitiva: no hay que hacer una montaña de un grano de arena. La vejez es como el exotismo: los otros vistos de lejos por ignorantes. La vejez no existe. El tiempo en el que se empapa la edad avanzada no es la suma acumulada y ordenada de los acontecimientos del pasado. Es un tiempo palimpsesto; todo lo que está escrito en él no se encuentra y sucede que las escrituras más antiguas son las más fáciles de sacar a la luz. La enfermedad de Alzheimer no es sino una aceleración del proceso natural de selección por el olvido al término del cual resulta que las imágenes más tenaces, cuando no las más fieles, son a menudo las de la infancia. Nos alegremos o lo deploremos, esta comprobación implica una parte de crueldad y hay que admitirlo: todo el mundo muere joven.