El público, teatro surrealista y barroco, precursor del teatro del absurdo, tiene una larga historia de censura: fue escrita en 1930, publicada póstumamente en 1976 y estrenada profesionalmente en 1984.

En su viaje a Nueva York, Lorca, liberado de las presiones de la sociedad tradicional española, escribe lo que él llama «poesía y teatro de escándalo». Lorca consideraba a El público su mejor obra.

En esta obra no sólo hace una abierta defensa de la homosexualidad y el amor libre, sino que quiere subvertir el teatro mismo, arrancar las máscaras, al teatro y al público, sacudir a éste de su lugar de espectador y censor. Busca romper con todas las convenciones y fundar lo que él llama: «teatro bajo la arena», para que se sepa «la verdad de las sepulturas».

En medio de la calle la máscara nos abrocha los botones y evita el rubor imprudente que a veces surge en las mejillas. En la alcoba, cuando nos metemos los dedos en las narices, o nos exploramos delicadamente el trasero, el yeso de la máscara oprime de tal forma nuestra carne que apenas si podemos tendernos en el lecho…

 

El público - Federico García Lorca

$14.000
El público - Federico García Lorca $14.000

El público, teatro surrealista y barroco, precursor del teatro del absurdo, tiene una larga historia de censura: fue escrita en 1930, publicada póstumamente en 1976 y estrenada profesionalmente en 1984.

En su viaje a Nueva York, Lorca, liberado de las presiones de la sociedad tradicional española, escribe lo que él llama «poesía y teatro de escándalo». Lorca consideraba a El público su mejor obra.

En esta obra no sólo hace una abierta defensa de la homosexualidad y el amor libre, sino que quiere subvertir el teatro mismo, arrancar las máscaras, al teatro y al público, sacudir a éste de su lugar de espectador y censor. Busca romper con todas las convenciones y fundar lo que él llama: «teatro bajo la arena», para que se sepa «la verdad de las sepulturas».

En medio de la calle la máscara nos abrocha los botones y evita el rubor imprudente que a veces surge en las mejillas. En la alcoba, cuando nos metemos los dedos en las narices, o nos exploramos delicadamente el trasero, el yeso de la máscara oprime de tal forma nuestra carne que apenas si podemos tendernos en el lecho…