La originalidad y el talento de esta escritora solitaria es tan fuerte como secreta su existencia. Fina Warschaver (1910-1989) fue narradora, poeta, dramaturga, ensayista, traductora y música. Fue también una relegada integrante del Partido Comunista Argentino, institución que tuvo fuerte influencia cultural en el país y una reconocida capacidad (compartida con otros partidos comunistas pro-soviéticos en el mundo): la de imponer en un nutrido mercado de clase media, consumidor de cultura progresista, a los artistas excelentes que pasaron por sus filas (Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Pablo Neruda, Pablo Casals o Pablo Picasso son casos paradigmáticos). En nuestro país el PC mantuvo este poder cultural, con continua decadencia, incluso durante la dictadura militar de 1976, y podría haber posibilitado que la extraordinaria obra de Warschaver no fuera hoy una joya escondida. Sin embargo, sus comisarios culturales eligieron no hacerlo.

El hilo grabado

El cuento final es autocríticamente feminista y también, pese a ello, el más clásico y (aparentemente) más “obediente” a la estética legitimada por los partidos comunistas de la época. No sólo por su estructura narrativa tradicional sino porque se encuadra en el único género no realista que la Unión Soviética fomentaba con entusiasmo en 1961: la ciencia-ficción. Si durante el estalinismo se consideró a la ciencia-ficción un género literario dañino, a partir de 1957, cuando los rusos lanzaron al espacio el Sputnik (primer satélite artificial de la historia), las cosas cambiaron y el género se fomentó con una impronta didáctica y propagandística. El razonamiento era simple: si el comunismo produce la más racional y avanzada evolución de las fuerzas productivas, los avances tecnológicos de la Unión Soviética deberán ser enormemente superiores a los del capitalismo, no sólo en sofisticación, porque ahora que se ha liberado del yugo del capital y de la desesperación por aumentar la tasa de ganancia; la tecnología traerá felicidad plena, un mundo lógico, justo, donde “el hombre” someterá a la naturaleza y pondrá esa sumisión al servicio del desarrollo igualitario de la humanidad. Para la URSS de 1961, la ciencia-ficción era la forma más refinada del realismo social: anunciaba la superioridad del régimen, una tarea que honraba a los artistas patriotas. Cantaba el triunfo soviético sobre el norteamericano en el espacio intergaláctico, algo que pareció realidad hasta que, en 1968, los Estados Unidos enviaron astronautas a la luna y la ilusión se quebró. La ciencia-ficción soviética se concentró en imaginar el futuro del régimen como utopía y eso incide en el lugar privilegiado que tiene “El hilo grabado” entre los cuentos de este libro. El género retornará luego en dos relatos de Hombre-Tiempo: “América, el viaje y los automóviles” (una distopía que se burla del consumismo capitalista extremo y delirante) y “El empleo del tiempo”, utopía comunista con un final demasiado irónico como para considerarla así aunque, igual que “El hilo grabado”, transcurre en un mundo “perfecto”. Es que en los relatos “utópicos” Fina mantiene una fuerte tensión contra los preceptos soviéticos, algo que en realidad también aparece en la poca pero contundente ciencia-ficción de calidad que produjo la URSS. La mayor parte de lo que se escribió allí no tuvo sutileza, pero cuando Fina Warschaver elige el género para plantear preguntas molestas abreva en pocos pero buenos efectos artísticos oficialmente no deseados, obras que fueron felizmente capaces de engañar a los miopes comisarios políticos. Por eso, tanto en “El hilo grabado” como en “El empleo del tiempo” hay cierto sarcasmo en la idea de una sociedad tecnológicamente superior. Son utopías no tan utópicas. Pero la perfección que cuestionará “El empleo del tiempo” atañe al Orden de Clases: es la del régimen de trabajo y ocio en esa sociedad avanzadísima donde el concepto de trabajo manual quedó relegado a costumbre cavernícola. En cambio, la perfección que se jaquea en “El hilo grabado” atañe al Orden de Géneros y a la subjetividad de mujeres patriarcales, a la dificultad social de construir existencias femeninas autónomas. El cuento no culpa fundamentalmente a la sociedad sexista (aunque algo de eso esté insinuado) sino apunta a una responsabilidad más incómoda, la de la víctima: su cárcel subjetiva, su decisión de no sobresalir, de refugiarse en la pareja para evitar el mundo, la opresión internalizada, la complicidad –en suma– de “la mujer del gran hombre” con el lugar que le da la comunidad. Problemas estos que no se consideraban ni sociales ni políticos en 1961, pero que probablemente la esposa del respetado y famoso dirigente Ernesto Giudici haya sufrido en carne propia. “El hilo grabado” está obsesionado, como toda la obra de Fina, con el tiempo y la memoria. Como pide la ciencia-ficción, es producto de una especulación: ¿cómo sería vivir en una sociedad donde nada del pasado se perdiera, donde la memoria quedara registrada y viva hasta el último detalle? El hilo grabado es como la cera hendida de la “pizarra mágica” que propone Freud: todo lo conserva, su posibilidad de registro de información para la memoria es infinito, no hay límite para grabar datos en la continuidad hilada que se enrosca en el carretel, el límite lo da la muerte del sujeto; el que impone la perdurabilidad (salvo que alguien destruya intencionadamente el hilo, lo cual no es fácil) no existe. La ciencia ha logrado que no pueda borrarse ni una sola experiencia vivida, que todo pasado deje huella que basta proyectar como holograma para volver consciente. Esta tecnología no se pone al alcance de todos, es un privilegio que el Estado, a través del “Instituto de las Inteligencias Superiores”, reparte racionalmente a quienes lo merecen: “un pequeño botón-bobina” se coloca en la solapa de ciertos elegidos para que la humanidad no pierda ninguna de sus experiencias; cada acto de la vida de este ser superior quedará inmortalizado como fuente de aprendizaje, desde la infancia del “pequeño talento” hasta su muerte.

El hilo grabado - Fina Warschaver

$14.640
El hilo grabado - Fina Warschaver $14.640

La originalidad y el talento de esta escritora solitaria es tan fuerte como secreta su existencia. Fina Warschaver (1910-1989) fue narradora, poeta, dramaturga, ensayista, traductora y música. Fue también una relegada integrante del Partido Comunista Argentino, institución que tuvo fuerte influencia cultural en el país y una reconocida capacidad (compartida con otros partidos comunistas pro-soviéticos en el mundo): la de imponer en un nutrido mercado de clase media, consumidor de cultura progresista, a los artistas excelentes que pasaron por sus filas (Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Pablo Neruda, Pablo Casals o Pablo Picasso son casos paradigmáticos). En nuestro país el PC mantuvo este poder cultural, con continua decadencia, incluso durante la dictadura militar de 1976, y podría haber posibilitado que la extraordinaria obra de Warschaver no fuera hoy una joya escondida. Sin embargo, sus comisarios culturales eligieron no hacerlo.

El hilo grabado

El cuento final es autocríticamente feminista y también, pese a ello, el más clásico y (aparentemente) más “obediente” a la estética legitimada por los partidos comunistas de la época. No sólo por su estructura narrativa tradicional sino porque se encuadra en el único género no realista que la Unión Soviética fomentaba con entusiasmo en 1961: la ciencia-ficción. Si durante el estalinismo se consideró a la ciencia-ficción un género literario dañino, a partir de 1957, cuando los rusos lanzaron al espacio el Sputnik (primer satélite artificial de la historia), las cosas cambiaron y el género se fomentó con una impronta didáctica y propagandística. El razonamiento era simple: si el comunismo produce la más racional y avanzada evolución de las fuerzas productivas, los avances tecnológicos de la Unión Soviética deberán ser enormemente superiores a los del capitalismo, no sólo en sofisticación, porque ahora que se ha liberado del yugo del capital y de la desesperación por aumentar la tasa de ganancia; la tecnología traerá felicidad plena, un mundo lógico, justo, donde “el hombre” someterá a la naturaleza y pondrá esa sumisión al servicio del desarrollo igualitario de la humanidad. Para la URSS de 1961, la ciencia-ficción era la forma más refinada del realismo social: anunciaba la superioridad del régimen, una tarea que honraba a los artistas patriotas. Cantaba el triunfo soviético sobre el norteamericano en el espacio intergaláctico, algo que pareció realidad hasta que, en 1968, los Estados Unidos enviaron astronautas a la luna y la ilusión se quebró. La ciencia-ficción soviética se concentró en imaginar el futuro del régimen como utopía y eso incide en el lugar privilegiado que tiene “El hilo grabado” entre los cuentos de este libro. El género retornará luego en dos relatos de Hombre-Tiempo: “América, el viaje y los automóviles” (una distopía que se burla del consumismo capitalista extremo y delirante) y “El empleo del tiempo”, utopía comunista con un final demasiado irónico como para considerarla así aunque, igual que “El hilo grabado”, transcurre en un mundo “perfecto”. Es que en los relatos “utópicos” Fina mantiene una fuerte tensión contra los preceptos soviéticos, algo que en realidad también aparece en la poca pero contundente ciencia-ficción de calidad que produjo la URSS. La mayor parte de lo que se escribió allí no tuvo sutileza, pero cuando Fina Warschaver elige el género para plantear preguntas molestas abreva en pocos pero buenos efectos artísticos oficialmente no deseados, obras que fueron felizmente capaces de engañar a los miopes comisarios políticos. Por eso, tanto en “El hilo grabado” como en “El empleo del tiempo” hay cierto sarcasmo en la idea de una sociedad tecnológicamente superior. Son utopías no tan utópicas. Pero la perfección que cuestionará “El empleo del tiempo” atañe al Orden de Clases: es la del régimen de trabajo y ocio en esa sociedad avanzadísima donde el concepto de trabajo manual quedó relegado a costumbre cavernícola. En cambio, la perfección que se jaquea en “El hilo grabado” atañe al Orden de Géneros y a la subjetividad de mujeres patriarcales, a la dificultad social de construir existencias femeninas autónomas. El cuento no culpa fundamentalmente a la sociedad sexista (aunque algo de eso esté insinuado) sino apunta a una responsabilidad más incómoda, la de la víctima: su cárcel subjetiva, su decisión de no sobresalir, de refugiarse en la pareja para evitar el mundo, la opresión internalizada, la complicidad –en suma– de “la mujer del gran hombre” con el lugar que le da la comunidad. Problemas estos que no se consideraban ni sociales ni políticos en 1961, pero que probablemente la esposa del respetado y famoso dirigente Ernesto Giudici haya sufrido en carne propia. “El hilo grabado” está obsesionado, como toda la obra de Fina, con el tiempo y la memoria. Como pide la ciencia-ficción, es producto de una especulación: ¿cómo sería vivir en una sociedad donde nada del pasado se perdiera, donde la memoria quedara registrada y viva hasta el último detalle? El hilo grabado es como la cera hendida de la “pizarra mágica” que propone Freud: todo lo conserva, su posibilidad de registro de información para la memoria es infinito, no hay límite para grabar datos en la continuidad hilada que se enrosca en el carretel, el límite lo da la muerte del sujeto; el que impone la perdurabilidad (salvo que alguien destruya intencionadamente el hilo, lo cual no es fácil) no existe. La ciencia ha logrado que no pueda borrarse ni una sola experiencia vivida, que todo pasado deje huella que basta proyectar como holograma para volver consciente. Esta tecnología no se pone al alcance de todos, es un privilegio que el Estado, a través del “Instituto de las Inteligencias Superiores”, reparte racionalmente a quienes lo merecen: “un pequeño botón-bobina” se coloca en la solapa de ciertos elegidos para que la humanidad no pierda ninguna de sus experiencias; cada acto de la vida de este ser superior quedará inmortalizado como fuente de aprendizaje, desde la infancia del “pequeño talento” hasta su muerte.