Ente monstruoso, atravesado por la rosca, por la lucha material por puestos y recategorizaciones, con pasillos y oficinas que son órganos deformes. Alienados, la vía de escape de los trabajadores que padecen en el Ente son sus mundos mentales, remansos donde fantasean y desean. Pero esos deseos, para el monstruo, son combustible y moneda de cambio. El sótano, la oficina de personal, es el infierno que obliga a cada personaje a un descenso a sus miedos más profundos, amenaza, promete reconocimientos, impone un aura de terror. En contrapunto, la terraza es promesa de paraíso y, en un cajón desordenado, entidades sobrenaturales viven en un mundo paralelo, que se desarrolla en tono de aventura. Luciana Strauss trabaja de manera muy lúcida el entramado entre el realismo y lo maravilloso, que es reflejo de la presión monstruosa a la que el Ente somete a sus criaturas, torneadas entre la materialidad del trabajo y sus fantasías de trascendencia, entre el martirio y el desahogo.

Marcelo Guerreri

El Ente - Luciana Strauss

$8.000
El Ente - Luciana Strauss $8.000

Ente monstruoso, atravesado por la rosca, por la lucha material por puestos y recategorizaciones, con pasillos y oficinas que son órganos deformes. Alienados, la vía de escape de los trabajadores que padecen en el Ente son sus mundos mentales, remansos donde fantasean y desean. Pero esos deseos, para el monstruo, son combustible y moneda de cambio. El sótano, la oficina de personal, es el infierno que obliga a cada personaje a un descenso a sus miedos más profundos, amenaza, promete reconocimientos, impone un aura de terror. En contrapunto, la terraza es promesa de paraíso y, en un cajón desordenado, entidades sobrenaturales viven en un mundo paralelo, que se desarrolla en tono de aventura. Luciana Strauss trabaja de manera muy lúcida el entramado entre el realismo y lo maravilloso, que es reflejo de la presión monstruosa a la que el Ente somete a sus criaturas, torneadas entre la materialidad del trabajo y sus fantasías de trascendencia, entre el martirio y el desahogo.

Marcelo Guerreri