Un ensayo crítico sobre Carteles
(Con selección de textos)

Rodolfo González Pacheco, dramaturgo y activista anarquista, nació en 1883 en Tandil, provincia de Buenos Aires, y murió en la ciudad de Buenos Aires en 1949, en pleno auge del peronismo. En 1910 estuvo confinado en la prisión de Ushuaia junto a su amigo Teodoro Antillí, tras la clausura del periódico "La Batalla", cuya dirección compartían. Antillí y González Pacheco fueron apenas dos de los tantos recluidos en el sur del país en el marco de represión generalizada al anarquismo previa a la celebración del primer Centenario de la Revolución de Mayo. En 1936, al principiar la guerra civil en España, González Pacheco partió hacia aquel país para apoyar a los revolucionarios anarquistas que trataban de llevar adelante la revolución social. Allá dirigió la Compañía de Teatro del Pueblo y la revista "Teatro Social". Permaneció en España solo nueve meses, ocasión que le permitió profundizar sus contactos con los anarquistas españoles. Siempre se mantuvo fiel al ideario anarquista hasta el último minuto de su vida, apagada en Buenos Aires, como dijimos, en 1949, en pleno auge del régimen peronista.
Cuando se leen los carteles de González Pacheco en su integridad, la primera imagen que retiene el lector tras cerrar el libro es la fuerte identidad que su autor promueve entre las palabras y las conductas. Para González Pacheco, el anarquista debe ser uno en discurso y conducta; más aún, el buen anarquista debe hablar más por su acción que por su lengua: “A hombres de talla anarquista que han recogido la tea de los geniales, la bandera de los mártires, un ideal de redención para todos –¡para todos!– no debe desvelarles sino un solo pensamiento, una única idea: ¡llevar avante y avante, con los pechos, los puños y la cabeza, el legado de la vida!...” (Paciencia y meta). En otras palabras, el anarquista auténtico ha de “encarnar” él mismo la idea que profesa y debe hacerlo viviéndola como un agitador permanente.
Así lo dice en El mesías: no se trata tanto de criticar la sociedad actual ni de exponer cómo será la sociedad futura, sino de “reencarnar en el hombre la confianza en sí mismo”, de manera “que cada día que se alce, se diga; a cumplir mi tarea de ensueño o de yunque. El Mesías soy yo, fuerte dios que busca en la tierra la amistad de otros dioses. ¡Hombre soy!”.

 

El anarquismo de Rodolfo González Pacheco - Aníbal D'Auria y Elina Ibarra

$7.000
El anarquismo de Rodolfo González Pacheco - Aníbal D'Auria y Elina Ibarra $7.000

Un ensayo crítico sobre Carteles
(Con selección de textos)

Rodolfo González Pacheco, dramaturgo y activista anarquista, nació en 1883 en Tandil, provincia de Buenos Aires, y murió en la ciudad de Buenos Aires en 1949, en pleno auge del peronismo. En 1910 estuvo confinado en la prisión de Ushuaia junto a su amigo Teodoro Antillí, tras la clausura del periódico "La Batalla", cuya dirección compartían. Antillí y González Pacheco fueron apenas dos de los tantos recluidos en el sur del país en el marco de represión generalizada al anarquismo previa a la celebración del primer Centenario de la Revolución de Mayo. En 1936, al principiar la guerra civil en España, González Pacheco partió hacia aquel país para apoyar a los revolucionarios anarquistas que trataban de llevar adelante la revolución social. Allá dirigió la Compañía de Teatro del Pueblo y la revista "Teatro Social". Permaneció en España solo nueve meses, ocasión que le permitió profundizar sus contactos con los anarquistas españoles. Siempre se mantuvo fiel al ideario anarquista hasta el último minuto de su vida, apagada en Buenos Aires, como dijimos, en 1949, en pleno auge del régimen peronista.
Cuando se leen los carteles de González Pacheco en su integridad, la primera imagen que retiene el lector tras cerrar el libro es la fuerte identidad que su autor promueve entre las palabras y las conductas. Para González Pacheco, el anarquista debe ser uno en discurso y conducta; más aún, el buen anarquista debe hablar más por su acción que por su lengua: “A hombres de talla anarquista que han recogido la tea de los geniales, la bandera de los mártires, un ideal de redención para todos –¡para todos!– no debe desvelarles sino un solo pensamiento, una única idea: ¡llevar avante y avante, con los pechos, los puños y la cabeza, el legado de la vida!...” (Paciencia y meta). En otras palabras, el anarquista auténtico ha de “encarnar” él mismo la idea que profesa y debe hacerlo viviéndola como un agitador permanente.
Así lo dice en El mesías: no se trata tanto de criticar la sociedad actual ni de exponer cómo será la sociedad futura, sino de “reencarnar en el hombre la confianza en sí mismo”, de manera “que cada día que se alce, se diga; a cumplir mi tarea de ensueño o de yunque. El Mesías soy yo, fuerte dios que busca en la tierra la amistad de otros dioses. ¡Hombre soy!”.