'No estaba solo. El cuarto era el mismo, sin ningún cambio de ninguna clase desde que yo había entrado en él; a la luz de la brillante luz de la luna podía ver mis propias pisadas marcadas donde había perturbado la larga acumulación de polvo. En la luz de la luna al lado opuesto donde yo me encontraba estaban tres jóvenes mujeres, tres damas, teniendo en cuenta su vestido y sus modales. En el momento en que las vi pensé que estaba soñando, porque aunque la luz de la luna estaba detrás de ellas, no proyectaban ninguna sombra sobre el suelo. Se me acercaron y me miraron por un tiempo, y entonces comenzaron a murmurar entre ellas. Dos eran de pelo oscuro y tenían altas narices aguileñas, como el conde, y grandes y penetrantes ojos negros, que casi parecían ser rojos contrastando con la pálida luna amarilla.
La otra era rubia, totalmente rubia, con grandes mechones ondulantes de pelo dorado y ojos como pálidos zafiros. Me pareció que de alguna manera yo conocía su cara, y que la conocía en relación con algún sueño tenebroso, pero en ese momento no pude recordar cómo ni dónde.
Las tres teman dientes blancos, brillantes, que refulgían como perlas contra el rubí de sus labios voluptuosos. Pero había algo en ellas que me inquietaba con un miedo a la vez nostálgico y mortal. Sentí en mi corazón un deseo malévolo, ardiente, de que me besaran con esos labios rojos. No está bien que yo anote esto, en caso de que algún día los ojos de Mina lo lean y la haga padecer; pero es la verdad.

Drácula - Stoker Bram

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'No estaba solo. El cuarto era el mismo, sin ningún cambio de ninguna clase desde que yo había entrado en él; a la luz de la brillante luz de la luna podía ver mis propias pisadas marcadas donde había perturbado la larga acumulación de polvo. En la luz de la luna al lado opuesto donde yo me encontraba estaban tres jóvenes mujeres, tres damas, teniendo en cuenta su vestido y sus modales. En el momento en que las vi pensé que estaba soñando, porque aunque la luz de la luna estaba detrás de ellas, no proyectaban ninguna sombra sobre el suelo. Se me acercaron y me miraron por un tiempo, y entonces comenzaron a murmurar entre ellas. Dos eran de pelo oscuro y tenían altas narices aguileñas, como el conde, y grandes y penetrantes ojos negros, que casi parecían ser rojos contrastando con la pálida luna amarilla.
La otra era rubia, totalmente rubia, con grandes mechones ondulantes de pelo dorado y ojos como pálidos zafiros. Me pareció que de alguna manera yo conocía su cara, y que la conocía en relación con algún sueño tenebroso, pero en ese momento no pude recordar cómo ni dónde.
Las tres teman dientes blancos, brillantes, que refulgían como perlas contra el rubí de sus labios voluptuosos. Pero había algo en ellas que me inquietaba con un miedo a la vez nostálgico y mortal. Sentí en mi corazón un deseo malévolo, ardiente, de que me besaran con esos labios rojos. No está bien que yo anote esto, en caso de que algún día los ojos de Mina lo lean y la haga padecer; pero es la verdad.