En la segunda mitad del siglo XX se fue dando una toma de posición crítica
de parte de numerosos antropólogos sobre la naturaleza de las relaciones
entre su propia sociedad y aquellas que estudiaban. La divisa era
descolonizar la antropología, desmontar su discurso para tornar visibles los
prejuicios etnocéntricos y el subjetivismo que lo viciaban, o sea, depurar y
neutralizar la mirada, sin que ello implique una neutralidad política. Los
pueblos les exigían, además, en forma creciente que se pusieran de su lado,
ser sujetos de un conocimiento compartido y no meros objetos de una
observación ajena que a menudo jugaba en su contra. No más la "información"
obtenida con subterfugios, como grabadores ocultos y diarios escritos en la
noche sobre los sucesos del día, pues esto chocaba con un imperativo ético.
La antropología reflexiva se aleja así del clásico discurso etnográfico y se
convierte en una antropología de la antropología y sus métodos, localizando
la cultura analizada en un contexto histórico, político, económico, social y
simbólico. El trabajo de campo no será ya un rito de pasaje del antropólogo,
dentro de su propia mitología, sino un trabajo social de apoyo, un sano
intercambio en el que ambas partes se benefician. El contacto cultural
creciente permite ya que no se tenga que interpretar al otro, sino
interpretar con el otro su mundo, y también, como reflejo, el mundo del
etnólogo. Tras la excelente introducción a las distintas líneas de esta temática
de Christian Ghasarian, se despliegan en este libro ocho capítulos escritos por
distintos autores, entre los que se hallan figuras señeras en el campo de la
antropología francesa como François Laplantine (de quien ya editamos en
esta Serie su obra Antropología de la enfermedad) y Maurice Godelier.

De la etnografía a la antropología reflexiva - Christian Ghasarian

$10.000
De la etnografía a la antropología reflexiva - Christian Ghasarian $10.000

En la segunda mitad del siglo XX se fue dando una toma de posición crítica
de parte de numerosos antropólogos sobre la naturaleza de las relaciones
entre su propia sociedad y aquellas que estudiaban. La divisa era
descolonizar la antropología, desmontar su discurso para tornar visibles los
prejuicios etnocéntricos y el subjetivismo que lo viciaban, o sea, depurar y
neutralizar la mirada, sin que ello implique una neutralidad política. Los
pueblos les exigían, además, en forma creciente que se pusieran de su lado,
ser sujetos de un conocimiento compartido y no meros objetos de una
observación ajena que a menudo jugaba en su contra. No más la "información"
obtenida con subterfugios, como grabadores ocultos y diarios escritos en la
noche sobre los sucesos del día, pues esto chocaba con un imperativo ético.
La antropología reflexiva se aleja así del clásico discurso etnográfico y se
convierte en una antropología de la antropología y sus métodos, localizando
la cultura analizada en un contexto histórico, político, económico, social y
simbólico. El trabajo de campo no será ya un rito de pasaje del antropólogo,
dentro de su propia mitología, sino un trabajo social de apoyo, un sano
intercambio en el que ambas partes se benefician. El contacto cultural
creciente permite ya que no se tenga que interpretar al otro, sino
interpretar con el otro su mundo, y también, como reflejo, el mundo del
etnólogo. Tras la excelente introducción a las distintas líneas de esta temática
de Christian Ghasarian, se despliegan en este libro ocho capítulos escritos por
distintos autores, entre los que se hallan figuras señeras en el campo de la
antropología francesa como François Laplantine (de quien ya editamos en
esta Serie su obra Antropología de la enfermedad) y Maurice Godelier.